Brasenose College, Oxford
Años atrás no había dificultad en encontrar donde se escondían los enemigos del racionalismo. Y como éstos operaban normalmente fuera de los dominios más directamente dedicados al pensamiento racional, era fácil mantener los conflictos existentes dentro de límites bien marcados. En los últimos treinta o cuarenta años, en cambio, justamente aquéllos que profesan ser sus defensores – filósofos, matemáticos y científicos – han conducido ataques concertados contra la fábrica del pensamiento racional. Como resultado, el público general ha sido totalmente mistificado. Aun peor, los sociologistas se sintonizaron enérgicamente a los cantos de las sirenas, y como ellos son la gente más dedicada profesionalmente a la comunicación, aquella parte de la verdad que se filtró al público quedó afectada por profundos malentendidos. Estamos así testimoniando a una nueva trahison des clercs que, en una era de comunicaciones globales instantáneas es mucho más seria que cualquier otros eventos similares del pasado. Extrañamente, algunas de las instituciones que tradicionalmente eran vistas como enemigas del racionalismo se cuentan ahora entre aquellas que, por ejemplo, apoyan la posición de la ciencia como un legítimo e independiente camino hacia la verdad. Es irónico encontrar que, mientras el Vaticano se ha movido en esa dirección, distinguidos académicos de universidades famosas se han desplazado enteramente en la contraria.
Este ataque académico contra el racionalismo se mueve en cuatro frentes paralelos. En primer lugar, filósofos han llevado la vanguardia, con un ataque contra David Hume, el mas racional de los filósofos británicos. En segundo lugar, matemáticos han ascendido a un mundo platónico sobrenatural, en cuya huída han sido entusiastamente seguidos por filósofos, dedicados a disociar los procesos mentales de cualquier cosa que puediera asimilarse a las computadoras. El tercer punto es la gloriosa confusión creada en la mecánica cuántica por físicos teóricos adeptos a la propagación de ‘paradojas’ y ‘misterios’ que han conducido al consumo de bosques enteros para imprimir exposiciones populares dedicadas a alimentar una cierta forma de misticismo. Aún peor, en la mecánica cuántica se ha propuesto un papel especial para la mente humana, que implica en cierta manera que procesos perfectamente naturales no pueden existir independientemente de la mente de un observador: el obispo Berkeley se hubiera deleitado con este pensamiento. El cuarto frente de esta campaña es de lejos el más peligroso, porque es el que ha sido más efectivo: la identificación hecha por Thomas Kuhn de la ciencia como un mito más, un mito que intelectualmente no está mejor fundado que la física aristotélica. Y Thomas Kuhn ha sido la influencia dominante en la historia y la filosofía de la ciencia en la última generación. Quien vaya por Oxford preguntando opiniones filosóficas sobre Kuhn raramente oirá una voz aprobatoria. Pero quien preguntara: ¿qué ha publicado Ud para denunciar esta perversion intelectual? recibirá el silencio como única respuesta.
¿Porqué es Hume crucial para proteger una visión racional de la ciencia? Es que no solamente presentó Hume una posición original sobre la causalidad, sino que aun hoy día hay filósofos que parecen ignorar que la causalidad en ciencia no es lo mismo que en filosofía, y que las definiciones de Hume son esenciales en la práctica de la ciencia moderna. ‘Cortocircuitos causan incendios en las casas’: filósofos aducen, correctamente, que la relación causal no es necesaria (incendiarismo basta) ni suficiente (casas de piedra no queman). Hume, sin embargo, insiste que la relación causal es necesaria y suficiente, un concepto cuya importancia fué reconocida hasta por un pionero de la filosofía de la ciencia como Herschel, ya al comienzo del siglo diecinueve. Para abreviar esta historia: un aspecto fundamental de la actividad científica es el uso de protocolos experimentales. Los que se interesen en los posibles efectos de cortocircuitos sobre las casas especificarán un cierto tipo de casa y un cierto tipo de entorno, en manera tal de poder deducir conclusiones sensatas de sus estudios. Esto es lo que los filósofos llaman las condiciones ceteris paribus (todo el resto inalterado), pero para la gente de ciencia ésta no es una constricción infortunada: es la esencia de la habilidad experimental. El problema es mucho más profundo. Si uno no acepta la causalidad como necesaria y suficiente, y si se considera claramente vulgar involucrarse con ceteris paribus, se deben buscar criterios para distinguir conexiones accidentales de aquéllas que son causales. Rom Harré, filósofo de Oxford obtiene esto por medio de ‘poderes’ y Nancy Cartwright, de la Escuela de Economía de Londres, se las juega sobre las ‘capacidades’. En esta manera, una fuerza tiene el poder o la capacidad de producir una aceleración. Muy bonito, excepto que las fuerzas tienen una posicion física muy precaria. Si un coche frena bruscamente y uno no usa una cintura de seguridad, uno se rompe la cabeza contra el parabrizas. La ‘fuerza’ que se invoca aquí es una construcción ficticia, requerida por la insistencia en usar vectores, que cambian de significado en distintos sistemas de coordenadas, en vez de usar tensores, los cuales tienen un significado físico mucho más robusto. Hay que entender claramente: la insistencia en poderes y ideas semejantes es una vuelta hacia las causas primeras de Aristóteles y, como ellas, no tienen sitio alguno en el pensamiento científico moderno. Ahora llegaremos al nudo de la cuestión. Hume insistió que la relacion causal no es observable: uno observa eventos conectados, pero es la mente la que establece una relación. Hume se refirió a esta actividad mental como ‘costumbre’ o ‘hábito’. Ésta es una de las ideas más mal tratadas en la historia de la filosofía, porque los filósofos dedujeron que esta ‘costumbre’ era arbitraria e inestable. En los años sesenta del siglo pasado, el filósofo estadounidense Ducasse trató de cortar el nudo gordiano: la relacion causal, contrariamente a Hume, es directamente perceptible. Cuando uno ve un ladrillo rompiendo una ventana de vidrio, uno sabe que es el ladrillo que causa el efecto, porque no hay nada más que cambia en la vecindad del vidrio. Esto es extremadamente ingenuo, porque obviamente implica aceptar el principio de razón suficiente de Leibniz. Pero: ¿porqué cada evento tiene que tener una razón? Y ésta no es una cuestión retórica, porque en el estudio del micromundo no hay duda alguna de que eventos pueden ser producidos independientemente de causas.
A pesar de la fragilidad de la posición de Ducasse, la idea de que la relación causal es perceptible fue abrazada entusiastamente por Harré y Cartwright. Hume mismo, sin embargo, nos había dado una pista para entender el problema. Porque nunca consideró que el concepto de ‘costumbre’ era puramente psicológico y arbitrario. Hume llama a este concepto ‘la gran guía de la vida humana’ … ‘necesaria para la subsistencia de nuestra especie’. De hecho, Hume era un proto-Darwiniano. Podemos ahora comprender lo que el entendía por ‘costumbre’. Nuestras redes neuronales son sistemas admirablemente adaptados para procesar regularidades. Su existencia es al mismo tiempo una consecuencia de las regularidades naturales, debida al proceso de adaptación, y un testimonio de la existencia de tales regularidades, las cuales favorecen, en el sentido evolutivo, organismos con las redes neurales para procesarlas, y por lo tanto capaces de reaccionar sobre principios causales. Una vez que esta nueva visión de Hume es aceptada, salen adelante ideas enormemente importantes, que clarifican fundamentalmente el pensamiento racional. Los principios de causalidad, de razón suficiente, y de regularidad o continuidad de la naturaleza, dejan de ser endiosados en un mundo de principios metafísicos: ellos son el resultado de nuestro comercio con la naturaleza (o, al menos, de aquella forma de la naturaleza asequible a nuestro sistema racional y perceptivo). Pero la naturaleza que ha moldeado tales principios en nuestro sistema racional es enteramente macroscópica. No es ahora de sorprenderse de que cuando se estudia el micromundo resultados absurdos resultan de principios que habían sido formados en un entorno totalmente distinto, a no ser que estos principios sean aplicados con cuidadosos retoques.
La lectura de Hume hecha sin descartar cuidadosamente telarañas aristotélicas tiene serias consequencias para la interpretacion de la ciencia. Nancy Cartwright ha aseverado que ‘las leyes de la fisica mienten’ (el título de uno de sus libros, que en esta manera ha añadido leña a la hoguera en la que ha sido quemada la ciencia moderna). Las leyes de la naturaleza no pueden mentir porque no existen. Todo lo que tenemos son leyes de modelos de la naturaleza. Las leyes de Newton, por ejemplo, se aplican a puntos matemáticos: éstos son solamente un mapa de la naturaleza, y todo el mundo sabe que confundir un mapa con su objeto es cosa de lunáticos. El arte de la ciencia consiste en hacer un mapa de la naturaleza sobre, digamos naturaleza(2), el modelo de la naturaleza, y luego producir leyes para esta última. Estas leyes nos permiten, partiendo de ‘causas’ modelo, predecir como ‘efectos’ objetos modelo. Una vez que se usa una ley en esta manera, se debe establecer el mapa inverso, desde el ‘efecto’ modelo a su contraparte natural. La ciencia, por lo tanto, implica una excursión desde la naturaleza a la naturaleza(2). Si esta excursión es interrumpida, uno se queda con un objeto modelo que puede no tener contraparte en la naturaleza, y cualquier intento de invertir el mapa, del modelo a la naturaleza, podrá dar resultados absurdos. Ésta es una situación frecuente en la física matemática, especialmente cuando se usa un procedimiento llamado cálculo de perturbaciones, en cuyo caso las etapas intermedias de los modelos no tienen sentido físico. Son solamente el primer y el ultimo punto (‘causa’ y ‘efecto’) en la excursión en el modelo de la naturaleza que tienen que tener contrapartes naturales.
Consideremos ahora la cuestion del platonismo matemático. Como en la mayor parte de las religiones, hay diversas formas de ortodoxia dentro del platonismo, pero la mayoría de los matemáticos que abrazan esa doctrina afirman, primero, que los objetos matemáticos forman un mundo aparte, enteramente independiente de la naturaleza y de la mente humana. Segundo, que los matemáticos tienen una percepción directa de estos objetos matemáticos, tan real como mi percepción de la mesa sobre la cual estoy escribiendo. Puedo justificar my creencia en my escritorio porque puedo establecer una cadena causal desde ella hasta mi sistema perceptivo: fotones, retina, nervios, sinapsis, y así adelante. Pero ni siquiera el más devoto platonista puede intentar tal cosa. Una vez pregunté a Roger Penrose como justifica esta forma de percepción y su respuesta fué: es un ‘misterio’. Todos sabemos que misterios son estupendos para promover ventas, pero apelar a ellos significa una abdicación total del pensamiento racional. El archiplatonista del siglo veinte fue Kurt Gödel, quien descubrió las profundas limitaciones del las propiedades de completez y de consistencia de los sistemas lógico-matemáticos. Si se considera completez, un físico que aseverara, por ejemplo, que la teoría física en sí misma puede ser completa – lo cual involucra que la ‘demostración’ fisica fuera independiente de la naturaleza – tendría su salud mental inmediatamente bajo sospecha. En efecto, lo que Gödel demostró fué que, en la misma manera en que uno no puede dar una explicación completamente cerrada de porqué el lenguaje natural es usado como es usado, tampoco puede existir una explicación completamente cerrada de porqué las proposiciones matemáticas son aceptadas como verdades. En otras palabras: Gödel demostró que no podemos caminar sin pies, y su reacción, como la de sus partidarios, fué la de echarse a levitar.
Una de las consequencias más extravagantes del platonismo matemático es la manera en que ha afectado nuestra concepción de la mente humana. Todo el mundo sabe que cuando un matemático tiene un momento creativo, como cuando descubre un teorema nuevo o, todavía mejor, un nuevo concepto matemático, él o ella llega a esto no por medio de un proceso repetitivo de rutina (algorítmico) sino por lo que la gente apropiadamente llama un salto de la imaginación. (Que son compartidos por la mayor parte de la gente creativa.) Esto, sin embargo, es sin interés para los platonistas, porque en el momento en cuestión , para ellos, el matemático ni inventa ni crea: lo que hace es descubrir, leyendo el mundo platónico por los medios misteriosos que Penrose postula. Por otra parte, mantienen ellos, un tal razonamiento no algorítmico debe ser demostrado cuando se ‘piensa-por-reglas’, es decir cuando se trabaja dentro de sistemas algorítmicos. Esto es así porque la posibilidad de razonamiento no algorítmico en tal caso separaría los humanos de las máquinas, como el filósofo de Oxford, John Lucas, trató de demostrar. Para esto sirve el teorema de Gödel, porque su demostración de que ningún sistema matemático es completo significa que hay al menos una proposición verdadera que no puede ser demostrada dentro del sistema: es aquí que Lucas esperaba establecer el abismo entre humanos y máquinas. Penrose ha explotado y extendido ampliamente la idea de Lucas, y este concepto es la piedra angular de sus trabajos recientes. Si se pone esto contra el hecho de que todos sabemos, de todas maneras, que tal forma de pensamiento no algorítmico se manifiesta como parte del proceso creativo, el acudir a Gödel parece complicar innecesariamente la discusión sobre la inteligencia. Nuevamente, hay aquí un intento de estudiar la naturaleza – de la cual la inteligencia es por supuesto una parte – sin involucrarse en ella. Wittgenstein había aseverado que no es posible esperar que la filosofía (o la matemática) pudieran por sí mismas resolver problemas de las ciencias naturales. Pero este sabio precepto es constantemente olvidado por aquéllos que parecen añorar formas medievales de pensamiento.
Es posible que el lector concluyera que los platonistas matemáticos deben de tener alguna forma de mente mística. El poder de la matemática es tal, sin embargo, que une como platonistas a gente con creencias religiosas diametralmente opuestas. Gödel mismo fué tan lejos como para producir una ‘demostración’ lógica de la existencia de Dios, pero el matemático de Cambridge G. H. Hardy, que era un platonista a ultranza, consideraba a Dios como su enemigo personal. El tercer frente que empujó el pensamiento humano fuera de los seguros caminos del racionalismo fué establecido en la mecanica cuántica. Todo el mundo sabe, hoy por hoy, que los electrones, por ejemplo, pueden comportase en ciertas condiciones come partículas y en otras como ondas. ¿Tenemos que sorprendernos por esto? ¿Debemos aceptar esta situación como una ‘paradoja’, como mantienen los mercaderes de ‘misterios’? Por supuesto que no. Lo que da a una partícula macroscópica, es decir clásica, la condición de ser partícula es que tiene una trayectoria. Esto resuelve pragmáticamente el problema de Berkeley: cuando no observo la luna, puedo aceptar que está donde está, porque tiene una trayectoria, lo cual significa que, si conozco donde se encuentra a un cierto instante, conoceré donde se encontrará en cualquier momento posterior. Si se piensa sobre el famoso árbol no observado de Berkeley, éste tambien tiene una trayectoria (estacionaria) y esto es precisamente lo que entendemos cuando decimos ‘hay un árbol en mi jardín’. No necesito mantenerlo bajo observación para poder decir que está ‘allí’. El concepto de partícula, por lo tanto, depende de el de trayectoria, y a su turno éste depende de algún principio de uniformidad o continuidad. Pero ya he dicho que, después de Hume, estos principios no están grabados en lápidas de piedra: son principios que han, al mismo tiempo, dirigido la evolución de nuestro sistema cognitivo, y han emergido de este proceso evolutivo. Pero nuestro sistema cognitivo jamás ha interaccionado con el micromundo. Por lo tanto, no podemos postular continuidad para los electrones, ni podemos tener trayectorias para ellos, ni podemos tratarlos como partículas. Un ‘misterio’ menos.
A través de su estudio del movimiento Browniano, Einstein había tenido mucha importancia en persuadir a la comunidad científica que aceptara el concepto de átomos y moléculas, tan detestado por Mach y su escuela. El movimiento Browniano, por supuesto, es uno de los mejores ejemplos naturales de movimiento aleatorio. A pesar de esto, Einstein odiaba la idea del azar en la naturaleza, como ejemplifica su famoso dicho: Dios no juega a los dados. Como la mecánica cuántica mostró desde el principio que había en la naturaleza procesos inherentemente aleatorios, es decir no causales, Einstein desconfió de esta teoria casi obsesivamente, y sus recelos infectaron las mentes de algunos de los más brillantes teóricos de nuestro tiempo, John Bell y David Bohm. Los trabajos de estos físicos fueron importantes y útiles, pero también crearon un presentimiento de que la mecánica cuántica no podía ser una descripción completa de la naturaleza, porque dependía demasiado de esos condenados fenómenos aleatorios. Un experimento después del otro fueron triunfalmente propuestos, en la esperanza de que todas las tonterías escondidas en la mecánica cuántica quedarían expuestas, pero cuando esos experimentos fueron llevados a cabo la mecánica cuántica consistentemente salió vencedora. Las voces pesimistas y discordantes, sin embargo, continúan aún ahora, tratando de ajustar el macho cuadrado de la naturaleza microscópica a la hembra redonda del macromundo. Por supuesto, ésta es una receta para producir contradicciones y paradojas; y así se sacude al público con más ‘misterios’. Es difícil entender cómo es que la gente pueda creer que el progreso científico sea racional cuando es expuesta a un tal fárrago de contradicciones. Pero la naturaleza no puede ser jamás contradictoria: somos nosotros que abusamos de ella tratando de vestirla con ropas inadecuadas.
Una de las consequencias infortunadas de esta descarga de protestas en contra de la mecánica cuántica es que provocó respuestas equivocadas de los guardianes de la teoría. El pontífice máximo de este grupo era Niels Bohr quien, para cubrirse las espaldas, como él creía, arguyó que la mecánica cuántica era una teoría puramente epistemológica, sin pretenciones ontológicas de ninguna clase. En otras palabras, afirmaba algo como esto: ‘tened confianza en mí como banquero, porque os puedo dar cualquier cantidad de billetes de papel, de los cuales puedo producir tanto como quiero, porque son mi propia creación, pero no me pregunteis que es lo que hay en las cajas fuertes del banco’. Por supuesto, tal actitud creó instantáneamente dificultades intelectuales, ansiosamente explotadas por los enemigos de la teoría. La extraña ‘onda-partícula’ que es el electrón (que Eddington bautizó con el nombre de ‘ondícula’) no tiene ningún valor ontológico, se aseveraba de acuerdo a las ideas de Bohr. Pero David Bohm empujó las cosas todavía más adelante: para él los únicos objetos capaces de satisfacer una ontología correcta son ‘partículas’ que, como las partículas clásicas, pueden ser descriptas por medio de trayectorias decentes y normales. No puedo decir que la gente que mantiene este punto de vista esté totalmente equivocada, porque propuestas ontológicas tienen niveles diversos de credibilidad. En física, sin embargo, se acepta pragmáticamente que cuando una teoría salva los hechos correctamente, entonces los ‘objetos’ de la teoría, tales como cuarks, electrones, etc., ‘existen’, es decir tienen patente ontológica (como el filósofo estadounidense Wilfred Sellars mantenía). Esto significa, por supuesto que estos objetos son elementos confiables que pueden ser incorporados en teorías subsiguientes. La mecánica cuántica ortodoxa es así tan ontológica como cualquier otra teoría física, las ‘ondas-partículas’ (‘ondículas’) gozando de los mismos credenciales ontológicos como las partículas clásicas en la teoría clásica. La confusión filosófica de Bohr, de que la mecánica cuántica carece de ontología, ha tenido las consequencias más desdichadas cuando se discutió el papel del observador en la teoría. Si el electrón es puramente epistemológico, todo lo que tenemos de preciso es el acto de observación, que es clásico y ‘ontológico’. Pero el acto de observación requiere un observador. Es así que el mundo cuántico queda firmemente atado a la mente humana como el punto de conclusión de lo que, hasta que es observado por la mente, no tiene más que una existencia ontológica desventajada. Por supuesto, observaciones y medidas son cruciales en mecánica cuántica, pero la conclusión de una medida es macroscópica, dada por ejemplo por la posición de una aguja en un dial. Se necesita tanto la mente del observador allí como se necesita esa mente para observar la luna y darle a ella existencia en el sentido de Berkeley.
Hemos llegado al fin al momento en que podemos tratar el más fuerte ataque que la ciencia haya jamás experimentado, y afirmo esto con mesura: aún el inquisidor de Galileo, el Cardenal Roberto Bellarmino, consideró posible, como escribió en un memorando a la Santa Sede, que el día podría llegar en que las propuestas de Galileo podrían ser demostradas ciertas. (Galileo mismo admitía que no tenía una prueba final de la validez de la teoría copernicana.) Una tal vision optimista de la ciencia fué negada por el más influyente historiador de la ciencia de nuestra generación, Thomas S. Kuhn. Parafraseándolo: si la dinámica aristotélica o la teoría del flogisto fueran llamadas mitos, entonces tambien mitos son producidos y aceptados por el conocimiento cientifico actual, y serán siempre producidos y aceptados en la misma manera. Este es el meollo de lo que dice en la página 2 del libro más influyente durante una generación, La Estructura de las Revoluciones Científicas, publicado en 1962. La filosofía de la ciencia kuhniana se basa sobre dos fuertes hipótesis. La primera es que la ciencia en un tiempo dado depende de un cuerpo de principios y creencias que son mayormente arbitrarias (resultado de la ‘idiosincracia humana’) y descartables; y Kuhn llamó a este cuerpo un paradigma. La segunda es que los paradigmas cambian bruscamente de tiempo en tiempo por medio de revoluciones científicas, como la copernicana o la einsteiniana.
Si Kuhn hubiera dicho que los paradigmas son contingentes, entonces hubiera estado más cercano al blanco respecto de la estructura de la ciencia; pero la totalidad de este mundo sublunar es contingente, y tal propuesta hubiera sido banal. Trataré de dar un ejemplo que irá en parte hacia la noción de ‘paradigma’. La mecánica newtoniana se basó sobre dos variables independientes, el tiempo y el espacio. La velocidad, en cambio, es dada como espacio dividido por el tiempo. Pero Newton podría haber usado un medidor Doppler, el cual lee las velocidades instantáneas. En esta manera la mecánica clásica podría haberse basado sobre dos variables independientes, velocidad y espacio. El tiempo hubiera sido dado por espacio dividido por la velocidad: ¡los relojes hubieran sido innecesarios! ¿Porqué es que nunca hemos pasado por tal ‘paradigma’? La respuesta es evidente: los conceptos en la ciencia evolucionan, y en sistemas evolutivos cada etapa depende de la totalidad de la historia previa. Es así que no hubiera sido posible construir medidores Doppler sin haber tenido acceso previo a la teoría newtoniana. La ciencia debe comenzar con observaciones y teorías aproximadas, para luego moverse adelante progresivamente. El paradigma de Kuhn es tan idiosincrático como lo es el ojo humano: es lo que es debido a toda su evolución previa. Por supuesto que es contingente, pero afirmar que el ojo humano podría haber sido enteramente diferente, por ejemplo sensitivo a los rayos infrarojos, es totalmente inútil. En todo proceso evolutivo, aunque las historias evolutivas son contingentes, cada paso intermedio involucra un elemento de necesidad, porque el estado original del cual ese paso evolutivo comienza es un dato fijo y no es más posible cambiarlo que cambiar la fecha de la batalla de Hastings.
En realidad, la ciencia nunca crea paradigmas arbitrarios, sino un tejido de hechos y teorías que en cualquier período deben adecuarse entre sí. Este proceso de adecuación, siguiendo a Nelson Goodman, lo llamamos atrincheramiento. Algunos elementos de ese tejido pueden ser atrincherados precariamente. Otros, serán muy bien atrincherados porque se adecúan a una amplia variedad de elementos del tejido científico. Contrariamente a las ideas de Kuhn, el tejido científico no se rompe a pedazos debido a revoluciones. En la misma manera en que el ojo humano no se creó a partir de un trozo de piel en un único paso revolucionario, también el tejido científico evoluciona, sin desprenderse enteramente de teorías bien atrincheradas, sino que definiendo cada vez mejor las condiciones para las cuales pueden ser aplicadas. En esta manera, la teoría de la relatividad no destruyó la mecánica newtoniana. Ni siquiera la reemplazó: lo que hizo fué establecer los errores que la teoria newtoniana introduce como función de las velocidades usadas. En la práctica, mostró que tales errores son despreciables para la mayoría de las velocidades que es probable encontrar con objetos macroscópicos sobre la tierra. Einstein mismo rechazó la opinión de que él fuera un revolucionario. El propósito fundamental de su primer trabajo sobre relatividad fué el de salvar la teoría electromagnética de Maxwell. Para poner el problema en pocas palabras: esta teoría contiene un único parámetro que puede ser identificado con la velocidad de la luz. Por lo tanto, ésta tenía que ser una constante, independientemente del estado de movimiento del emisor y de la dirección de propagación de la luz. Toda la teoría de la relatividad especial emergió de este único resultado. Sí, por supuesto: hubo una revolución relativística, pero ésa fué filosófica y no científica. Después de Einstein, especulaciones de sofá sobre el espacio y el tiempo al estilo de Kant quedaron fuera de bando. Una buena porción del pensamiento humano fue substraída a la filosofía y se convirtió en física.
Ciertamente, todos hablamos de la revolución copernicana. Pero ésta fué teológica, no física. Si uno lo piensa, el que la tierra sea o no el centro del sistema solar es por supuesto un hecho muy importante, pero desde el punto de vista de la física menos importante que, por ejemplo, el principio de inercia. Fué este principio que, permitiendo el movimiento sin la primera causa aristotélica, permitió a la dinámica liberarse de preconcepciones animistas. Lo que la teoría copernicana hizo, fue quitar a los teólogos una buena parte del conocimiento físico: el Génesis dejó de ser la autoridad para estudios astronómicos, como Bellarmino mismo había previsto. Y esta historia terminó claramente cuando el Consejo Vaticano II permitió la lectura metafórica de la Biblia. En lo que concierne a la remoción, debida a Newton, de la necesidad de una causa primera para el movimiento de los cuerpos celestes, es evidente que este resultado tuvo repercusiones extraordinarias en teología: en 1715 Leibniz envió a Caroline, Princesa de Gales, una carta en la que expresaba su preocupación de que estas ideas de Newton (no de Copérnico) destruirían la fé.
El daño que las ideas de Kuhn han hecho a la ciencia es sin precedente, especialmente proveniendo de un académico distinguido. Por supuesto, los científicos han seguido su propio camino, pero las ideas de Kuhn han sido entusiastamente apropiadas por muchos sociólogos, creando así formas de relativismo cultural que no han hecho otra cosa que confundir el pensamiento racional. Debo remarcar, por supuesto, que el relativismo cultural bien entendido es tan legítimo como importante. El paradigma de voodoo puede ser totalmente válido como una forma de expresión de una cierta sociedad, pero reclamar que tiene la misma posición que el paradigma científico, para seguir con la terminología de Kuhn, es totalmente equivocado. Lo que puede ser válido e importante en una forma de actividad puede ser absurdo en otra. Van Gogh fué un pintor excepcional, pero, ¿si estuviera vivo ahora, querría el lector volar en un avión piloteado por él? Hay culturas y hay actividades. Por supuesto, a través de diferentes culturas ciertas actividades, como la medicina, pueden cambiar un poco. Pero hay ciertas actividades que deben trascender las culturas: el pensamiento racional es una de ellas. Comprendo claramente que esto, en el momento actual, es sólo una esperanza. Quisiera que fuera un programa. Y para que este sea el caso, los académicos deben afrontar esta enorme responsabilidad, en vez de obscurecer los problemas con filosofías dudosas.
Este artículo se basa en mi libro ‘Is Nature Supernatural? A Philosophical Exploration of Science and Nature’, (publicado por PROMETHEUS BOOKS) donde podrán ser encontradas todas las referencias necesarias, así como argumentos detallados. Un ataque muy importante contra Kuhn fué publicado, después de que ese libro fué terminado, por el fisico de Austin, Texas, Stephen Weinberg en el Número 15, The New York Review of Books, Noviembre 1998. El Instituto Británico de Fisica, en una acción sin precedentes, publicó un editorial sobre este artículo en su revista.