Carlos Alejandro Cebey: Libertad, Educación y Laicidad

Texto presentado en el Congreso de Ateísmo realizado en Mar del Plata en el año 2008

Suelo iniciar mis intervenciones en otras áreas temáticas relacionadas con la actividad docente haciendo algunas referencias personales que sirvan de indicadores para identificar “el lugar desde dónde hablo”.

Típico ejemplo de clase media argentina, hijo de bancario del provincia y de maestra de un sólo cargo, nieto y bisnieto de radicales  compartí mi infancia con mis abuelos al lado de un colegio religioso. Mi madre, catequista desde muy joven, tuvo el “privilegio” de celebrar su matrimonio religioso en la casa familiar, la misma en la que me crié.

Hice el jardín de infantes en esa escuela lindera en los tiempos del golpe de estado de 1955. Una escalera de cada lado, estaba todo listo por si las Hermanitas debían saltar por aquello de la “quema de las iglesias”.

La primaria la hice en una escuela Láinez, que para los que no conocen de la historia de la educación argentina, son las escuelas primarias que la Nación abrió para fortalecer la educación popular en todas las provincias argentinas y que luego la dictadura militar del 76 transfirió a las jurisdicciones provinciales. En el medio, una anécdota. En 1958 por razones que no puedo explicar con claridad “milité” la causa del laicismo en ese contexto familiar al extremo de realizar mi primer pintada en mi habitación con….el lápiz de labios de una de mis tías. Por supuesto escribí LAICA SI, LIBRE NO.

La secundaria en  la Escuela Normal Rafael Obligado. Imbuida todavía en los sesenta del espíritu sarmientino  nació de la mano de una de las maestras que trajo Sarmiento para impulsar la formación docente. La impronta del normalismo, del laicismo y del compromiso docente quedó marcada a fuego. Al mismo tiempo, como para agudizar las contradicciones integraba las filas de la juventud de la Acción Católica, tiempos del Concilio Vaticano II.

La facultad tuvo dos etapas: la primera, fruto del esfuerzo materno y su preocupación por evitar “que me pasara algo” viví un año en la residencia del Opus Dei, en Rosario. Uds. sacarán sus conclusiones. La segunda , en Santa Fe, en la Universidad hija de la Reforma Universitaria mis inclinaciones políticas se manifestaron a pleno, las contradicciones finalmente afloraron y me convertí en un apóstata. La ciencia jurídica disparó mis neuronas, la libertad circuló por mis ideas y acá estoy, hablándoles a uds.

Dicho esto, vamos a lo nuestro.

Nos toca hablar de tres palabras que no caprichosamente se entrelazan de manera significativa.

La primera,  LIBERTAD,  entendida en el contexto de este Congreso como un derecho que debe asegurarse en su expresión más íntima y, a la vez, más atacada: la libertad de conciencia como herramienta por la cuál una sociedad determinada, que se manifiesta democrática, persigue asegurar que la igualdad no se convierta en una declamación homogeneizadora que, perversamente, limite las posibilidades y las oportunidades de asegurarla desde los espacios de las políticas públicas educativas.

La segunda, EDUCACIÓN, entendida como el ámbito del aparato estatal que construye los modos en los cuáles, en cada tiempo histórico, se re-construyen los saberes de las generaciones que conviven en ese tiempo histórico. Ello comprende tanto el  modo de educar como las instituciones que se ocupan de ese menester.

La tercera, LAICIDAD, entendida como la manifestación en las políticos públicas del laicismo que expresa la prescindencia de esas políticas de definiciones confesionales religiosas o dogmas . O sea  la recuperación de la capacidad de decidir sobre el contenido que cada uno le pone a esa libertad de conciencia que hemos referenciado.

En ese contexto permítaseme citar a Bertrand Russell que en 1929.señaló: “Un mundo bueno necesita conocimiento, bondad y valor…Necesita un criterio sin temor, y una inteligencia libre, necesita la esperanza del futuro, no el mirar hacia un pasado muerto, que confiamos será superado por el futuro que nuestra inteligencia puede crear”.

Veamos como estas tres palabras se “cruzan ” en la historia reciente a partir de un hito central de la lucha por la libertad, la revolución burguesa de 1789

La Revolución Francesa, no por casualidad, incorporó al listado de sus reivindicaciones la idea la educación popular: la alfabetización. Fueron los sectores de más bajos recursos los que la incorporaron: los “sans culotttes”.

Hasta allí, las pocas escuelas que existían eran regenteadas por algunas las órdenes religiosas.  La mayoría de la población era iletrada. Todavía se arrastraban las consecuencias de “instituciones” legalizadas desde la religión como el derecho de “prima notte” o “pernada” y pese a la invención de la imprenta el acceso a la lectura era un privilegio de nobles y de curas, y  no todos ellos lo detentaban.
¿Por qué los “sans culottes”, el sector social más desposeído que confluyó a esa movilización revolucionaria, reclamó tal conquista? Por que sabían que desde la Edad Media en adelante, y más aún la monarquía absolutista, se había impedido sistemáticamente el acercamiento a los saberes de cada época.

Estaba en las bibliotecas, pero ¿quién leía y escribía? Solo los clérigos y la nobleza. Basta recordar el libro de Eco sobre el “control” de lo que leían los que podían leer para tener en claro como el oscurantismo del pensamiento de los más era la garantía del mantenimiento de las estructuras de poder imperantes.

La visión teocéntrica limitaba la ciencia a una mera reproducción de lo que era conveniente al régimen que, no por casualidad, era denominado el “anciano régimen”.Basta recordar a Galileo Galilei y Copérnico. Cerraba las puertas a los avances cientficos y , en ese contexto, Servet fue quemado vivo por…. descubrir la circulación de la sangre en el cuerpo humano.

Es por eso que la invocación de los  revolucionarios franceses  a la RAZON es, sin dudas, la expresión que explica, desde el pensamiento, el ejercicio pleno de la libertad. La razón que funda, sustenta, define, da sentido a la “libertad, igualdad y fraternidad”.
La razón se convierte, inevitable, en un llamador necesario del ejercicio del libre pensamiento y este requiere de instituciones escolares que acompañen esa direccionalidad: así nacen los sistemas escolares estatales, laicos, seculares. Comienza el proceso de la secularización de las relaciones sociales.

La Razón que corre el velo del pensamiento, rompe las explicaciones místicas y abre el infinito camino a los  ¿POR QUÉ? , esos que la llegada de la infancia dispara en cada uno de nosotros y que, luego, de diferentes maneras en los tiempos históricos, son la razón de ser de los avances de la humanidad.

No hay marco adecuado al ejercicio de la razón sin libertad de pensamiento para contestar esas preguntas, esos por qué.
El reclamo de alfabetización de los “sans culottes” se explica desde ese diagnóstico: sin leer y escribir no se puede pensar libremente, elegir entre las opciones de pensamientos y teorías que la humanidad produce.

Sin leer y escribir (con esto digo más que leer y escribir) la verdad revelada es la que se impone. Verdad revelada que en la historia de la Humanidad se manifiesta en los fundamentalismos de cualquier tipo que se imponen y la detentan en la medida que violan el derecho a razonar libremente. Habrá hoy “modos actuales” de hacer aparecer “otras verdades reveladas” que, como tales, impiden la libertad de pensamiento?
Por eso, sin libertad de pensamiento, la educación carece de significado en tanto proceso humano que, partiendo de la existencia del “otro”, hace de los aprendizajes el camino para la tolerancia y el respeto recíproco.

Toda educación que cercene la libertad de pensamiento no es educación en tanto moldea, unifica, regimenta, prescribe un modo de pensamiento único que -definitivamente y por eso- es autoritario. Vale  la pena citar aquí un trabajo del año 2005 de un lúcido pensador argentino, amigo y compañero de muchas luchas, el recientemente fallecido Osvaldo Alvarez Guerrero quién  escribió sobra un viejo maestro francés perseguido por sus ideas innovadoras : “La emancipación de los pobres, decía el Prof. Jacotot en 1818 en un Colegio de Bélgica -donde estaba exiliado por la restauración monárquica – no es equivalente a la instrucción y formateo del pueblo. La igualdad es la inteligencia, una igualdad no impuesta, ni por la ley ni por la fuerza, sino por el despertar de la conciencia individual. A nadie le está negado aprender, siempre y cuando confíe en que aprenderá. Y para ello, para establecer esa confianza del “tu puedes saber” está el maestro emancipador… No para explicar una sabiduría reproductora de las injusticias, y así naturalizarlas y admitirlas como normales. No para reconocer la división entre los sabios y los ignorantes, los inteligentes y los tontos, los capaces y los incapaces. Jacotot pertenece a esa tradición magnífica de los maestros que, desde Sócrates, revelan las ignorancias establecidas de un tácito estatuto del privilegio, que preconiza lo inexorablemente desigual. Lo más agresivo de sus teorías y de sus prácticas, fue su condena despiadada y victoriosa sobre lo que él llamaba el orden explicador, que nos toma a todos como seres inferiores. “No hay nada que explicar”, dice Jacotot. Nosotros podemos entenderlo, sin que nos lo interpreten. Ese orden embrutecedor -una gruesa palabra que él utilizaba- se impone en las sociedades absolutamente pedagogizadas, regimentadas, en las que la mayoría ocupa un lugar que no ha elegido.”

En ese contexto ideas se advierte con más fuerza que la “confesionalidad” abierta o solapada en la educación cercena las posibilidades de libre elección. Por qué aún con pedagogía, se puede regimentar.

Un siglo después de la Revolución Francesa y antes que en Europa , Argentina fue pionera en este debate y convirtió a la LAICIDAD en política de estado. Lo que algunos han dado en caracterizar como “las presidencias fundacionales” (Mitre, Sarmiento y Avellaneda) brindaron a un país en construcción donde la presencia inmigrante fue central, dos herramientas de políticas públicas también centrales: la ley de matrimonio civil y la ley universitaria, la primera incorporada al Código Civil, la segunda ordenando la “universidad monástica heredada” y sentando las bases de la autonomía. La tercer herramienta, responsabilidad de la generación del 80 y -también- de alguno de los Presidentes fundadores y de fundadores del Radicalismo como Leandro Alem es la ley 1420 de educación laica, gratuita, común y obligatoria.

Siguió siendo pionera cuando en 1918 término de romper el molde universitario teocrático en la Universidad e impulsó al calor de las luchas estudiantiles una conquista definitiva para la humanidad: los principios de la reforma Universitaria se desperdigaron por el mundo y marcaron con fuerza la secularización de la ciencia y de los profesionales que la hacían.

La laicidad , en tanto no definición religiosa en las instituciones  educativas, es indispensable para que la mente se ejercite en su función principal: la de elegir, que requiere del pensamiento libre. En 1965, quién fuera Director General de Escuelas de esta Provincia durante la gestión de Gobierno de Anselmo Marini, Don Francisco Latrubesse dijo aquí, en Mar del Plata: “….El principio del laicismo en el área de la enseñanza ha seguido, desde su aparición, la evolución de la moderna sociedad democrática y, en ese sentido, contiene y postula la idea de que la educación se realice en condiciones que la aseguren contra toda intolerancia o dogmatismo. Es la propia sociedad democrática la que quiere afirmarse demandado la libre formación de la personalidad, cimiento de una comunidad abierta a todos los valores de la cultura humana”.

En esa ocasión señaló también: “El laicismo no es una mera cuestión pedagógica de religión en la escuela, sino una actitud, una postura filosófica amplia frente a todas las manifestaciones de la cultura y de la vida y cuyos núcleos esenciales  son la libertad y no exclusión de ninguna idea o doctrina. Postula que no hay conceptos o principios absolutos, sino a modo de hitos, de puntos de partida para nuevos e incesantes progresos. No rechaza la trascendencia del hombre, pero estima que esa dimensión metafísica debe brotar del propio ser y definirse por propia determinación, ya sea en  sentimiento religioso personal, ya en el de alguna religión positiva, ya en una concepción propia. En tal sentido, dentro del laicismo entra el estudio y el examen de las religiones pero sin imponer o coaccionar para que se adopte una determinada. La libertad de enseñanza debe ser aquí libertad para conocer al mismo nivel a todas las religiones”.    

Para el diccionario de la Real Academia española laicismo es: “Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa” y al referirse al vocablo Laico, en segunda acepción afirma que es “la escuela o enseñanza en la que se prescinde de la instrucción religiosa” Pero cabe preguntarnos de dónde viene el término, como llega a nuestros días.El Presidente Uruguayo Tabaré Vázquez  afirmó en el año  2005 en la Logia Masónica de Uruguay que: “La palabra laicidad, como el término laicismo, derivan de laico pero, obviamente, laico, laicismo y laicidad no son lo mismo. Etimológicamente, “laico” deriva del griego “laos”, que significa “pueblo”, y de “ikos”, sufijo que denota “pertenencia a un grupo.”

Así, entonces, en la Antigua Grecia la expresión “laico” se usaba en referencia a la población común en cuanto se grupo diferenciado de los gobernantes. Es en las primeras traducciones de la Biblia hebraica al griego que la palabra laico comienza a ser utilizada en tanto “cosa no consagrada a Dios”. Así, por ejemplo, el “pan laico” o el “territorio laico” en contraste con el “pan consagrado” o el “territorio consagrado”.Simultáneamente y poco a poco, la comunidad cristiana comienza a usar la palabra “laico” en referencia a los fieles que no ejercen un ministerio en la comunidad. Recién hacia la Edad Media los laicos, en el sentido de “fiel no consagrado al ministerio cristiano” dejan de ser una categoría sociológica para convertirse en una categoría religiosa .

El famoso decreto del monje y teólogo Graciano en el año 1140 lo expresa claramente: “Hay dos clases de cristianos: los destinados al servicio divino y dedicados a la contemplación y a la oración, que se apartan del estruendo de las cosas temporales. Son los clérigos y consagrados a Dios ….. Hay otra clase de cristianos. Son los laicos pues laos significa pueblo. A éstos se les permite tener bienes temporales, pero sólo para su uso. Porque no hay nada más lamentable que despreciar a Dios por el dinero. Se les concede casarse, cultivar la tierra, actuar como jueces, pleitear, llevar ofrendas al altar, pagar los diezmos. Y de este modo se pueden salvar, siempre que, haciendo el bien, eviten los vicios”.Lo que pasó después es una larga historia ya conocida y que no vamos a repasar aquí. En todo caso digamos que la palabra “laicismo” expresa la reacción a un largo proceso de desvalorización de lo laico y de intransigencia e intervención de las autoridades eclesiásticas en los asuntos civiles.”    

Me parece muy importante destacar una conclusión personal sobre los dichos del Presidente uruguayo. La “pelea” por el sentido de las palabras y su vaciamiento muestra en este caso como lo que originariamente se refería a lo no religioso, se reconvirtió, dogmatismo mediante, en parte integrante de lo que su esencia negaba. Para nosotros el Pueblo no es el pueblo laico de alguna confesión religiosa o algún dogmatismo sectario, para nosotros el pueblo es cada uno de nosotros, en pie de igualdad, fraternalmente dispuesto a combatir las exclusiones y libremente dispuestos a elegir nuestras reglas de conductas y compatibilizarlas con las de los demás. Esos “otros” que nos acompañan en el tiempo histórico que nos toca vivir.

Porqué, en conclusión, la escuela debe ser laica?

Porque la prescindencia religiosa es la condición básica para el ejercicio de la libertad de conciencia y pensamiento sin la cuál la escuela se convierte en el espacio del adoctrinamiento homogeneizador.

Sólo la escuela laica brinda el ámbito para  que cada uno pueda elegir el modo de vida, compartir la elección y construcción de las reglas de convivencia social y grupal, la escuela de pensamiento a la que se adscribe, el tipo y modo de espiritualidad, los caminos de la trascendencia.

En definitiva, las razones propias para éste estar vivos. La escuela que adoctrina sólo crea ilusiones de vida.

CARLOS ALEJANDRO CEBEY
MAR DEL PLATA, 6 DE DICIEMBRE DE  2008