La humanidad ha recibido en los últimos meses con reacciones mezcladas de estupor, duda y entusiasmo las noticias sobre los movimientos reivindicativos y revolucionarios en el Medio Oriente y el Magreb, donde la juventud ha sido – en general – uno de sus grandes protagonistas.
El retiro del poder de Ben Ali en Túnez, de Mubarak en Egipto, y el derrocamiento del clan Gaddafi en Libia, junto con los actuales alzamientos en contra de las autocracias, monarquías y gobiernos de facto vigentes, nos hablan de la esperanza de una nueva era para esas regiones donde la población cansada del sometimiento, la injusticia y la corrupción están dispuestas a dar la vida por un futuro Digno y de Progreso, de Libertad. La Democracia se encuentra en el centro de los reclamos políticos, en particular desde muchos sectores de sus generaciones más jóvenes, que buscan cambios profundos que signifiquen la modernización y secularización para sus sociedades.
Muy a pesar del amplio entusiasmo, la participación general y la innegable validez de los reclamos, que deben contar con la más amplia solidaridad y apoyo, genera preocupación, sin embargo, cuales serán las visiones que podrían hegemonizar esos procesos, en relación a la igualdad de género y hacia los derechos de las minorías, que vivían en los antiguos regímenes bajo un precario equilibrio, no exento de opresiones y sometimientos, muchas veces violentos.
Respecto a esto último, las primeras señales son preocupantes, y ya son hoy visibles: en Egipto los cristianos coptos y otras minorías no musulmanas están sufriendo persecuciones de parte de sectores islámicos fanatizados, como incendio de sus lugares de culto, e incluso la represión estatal por parte de las fuerzas de seguridad a sus justas protestas, que en estos últimos días han dejado un saldo de casi 30 muertos. En Libia el Consejo Nacional de Transición ha declarado que gobernará – tal como en Egipto y otros países – a través de la Ley Sharia Islámica, lo que implica que el estado Libio de forma oficial no abrirá espacios de participación a sectores que no profesen la religión oficial.
Frente a esta situación y ante el peligro de mayores derramamientos de sangre y fragmentación social, nuestra Asociación reivindica el principio de Laicidad, para que todas las confesiones y corrientes de pensamiento – sean estas mayoritarias o no – puedan coexistir en paz bajo la más amplia libertad de culto y de conciencia.
La Libertad y la Dignidad en Democracia solo serán duraderas cuando todos los sectores sean representados en un amplio diálogo de concertación nacional, donde las diferencias se diriman por la vía pacífica y la consulta ciudadana. Ninguna Democracia puede llamarse tal, si no cumple a cabalidad con las normas del respeto del derecho de las minorías, y la igualdad ciudadana para hombres y mujeres. Y esto sólo puede existir si se construye un Espacio Público laico, es decir, abierto a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones y no por sus creencias, y el Estado se guía por leyes emanadas de la voluntad de la ciudadanía y no por imposiciones de un dogma religioso o político, al tiempo de ser garante de la más amplia Libertad de Conciencia y de Expresión.
¡Por esa razón la Laicidad es y por siempre será y en cualquier lugar, la vía para alcanzar el alto propósito de la Paz!