Actividad organizada por la Sociedad Italiana “Unione e Benevolenza” y la “Asociación Civil 20 de Setiembre”
“La inmigración italiana en nuestro país durante el ciclo garibaldino” (Juan Andrés Bresciano)
Desde los comienzos de su existencia como Estado independiente hasta los años sesenta del pasado siglo, Uruguay se caracterizó por constituirse en una verdadera sociedad aluvional. De hecho, en pocos países la inmigración transatlántica tuvo, en términos relativos, un impacto demográfico, económico, social y cultural tan notable como en el nuestro. Dentro de los contingentes migratorios que arribaron a nuestras costas, los italianos y los españoles configuraron los dos grupos mayoritarios. En lo que respecta a la inmigración italiana propiamente dichas, si bien se desarrolló durante más de doce décadas, sus características variaron sustancialmente, según sea el período que se considere. Tradicionalmente, los historiadores distinguen, al menos, cuatro períodos:
- La inmigración colonial. Comienza con la fundación de Montevideo y se extiende hasta la culminación del proceso independentista. Si bien es escasa en número, resulta relevante por la actuación de algunos inmigrantes que se emparentan con las familias criollas.
- La inmigración temprana Se puede dividir en oleadas: desde la independencia hasta el comienzo del sitio de Montevideo durante la Guerra Grande (es decir, desde 1830 a 1843) y desde el fin de la Guerra Grande (1852) hasta 1870.
- La inmigración masiva. Se trata de una etapa que presenta oscilaciones cíclicas, ya que el flujo migratorio decreció en determinados años, como resultado de diversas crisis en la sociedad receptora (crisis políticas, como las guerras civiles de 1897 y 1904, y crisis económicas como la de 1890) y como consecuencia de grandes conmociones internacionales (políticas, como la Primera Guerra Mundial, o económicas, como la crisis de 1929).
- La inmigración tardía. En los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra Mundial, resurgió el movimiento migratorio (por razones económicas y políticas), y se mantuvo hasta prácticamente una década después de finalizada la contienda.
El tema que nos convoca, la presencia italiana en el Uruguay durante el ciclo garibaldino, corresponde al período de esa inmigración temprana, en particular, la que comenzó con el sitio de Montevideo. Para comprender la significación de dicha presencia, se hace necesario efectuar algunos comentarios con respecto a las características de la sociedad receptora (nuestro país) y de la sociedad procedencia (la Península Itálica), ya que permitirán esclarecer la gravitación que los inmigrantes ejercieron en el ámbito local.
En lo que respecta a la sociedad receptora, cabe destacar que su organización política como Estado independiente era incipiente y bastante frágil. No poseía aún límites claramente establecidos y desde los primeros años de su existencia debió enfrentar confrontaciones persistentes que eclosionarían durante la Guerra Grande. Las instituciones nacientes, carentes de solidez, se doblegaban ante los personalismos y faccionalismos que imponían su tónica a la dinámica política. Si bien el Estado formalmente existía, la nación tardaría en emerger como tal. Al igual que en otros países latinoamericanos, la existencia del Estado precedió al de la nación propiamente dicha. De hecho, la construcción de la identidad nacional configuró un largo y azaroso proceso que se emprendió de manera decidida en el último tercio del siglo XIX.
Escasamente poblado, el Uruguay del período que consideramos se caracterizaba por una economía pastoril y mercantil afectada seriamente por las confrontaciones internas. Basada en la estancia cimarrona y en la exportación de cuero y tasajo, esa débil economía aportaba, gracias a los ingresos aduaneros, los escasos recursos con los que contaba el Gobierno para cumplir sus funciones básicas. Desde un punto de vista social, y debido a la colonización tardía de su territorio, no existían élites que tuvieran una historia y un poder equiparables al de otros países de la región. En materia cultural, la inmensa mayoría de sus habitantes eran analfabetos y las instituciones educativas tenía un peso muy relativo en tiempos que la Iglesia era parte del Estado. Por las razones expuestas, los inmigrantes que llegaron a estas tierras, entre ellos, los italianos, no debieron hacer frente a rígidas estructuras políticas, económicas, sociales y culturales, que, consolidadas en períodos previos, limitaran su accionar, como en otros países de la región. De hecho, esos inmigrantes encontraron un ámbito propicio para sumar sus aportes, para alcanzar el reconocimiento y ejercer formas variadas del liderazgo. Sus destrezas, sus saberes y su capacidad de trabajo resultaban valiosos en un país que aspiraba al progreso.
En lo relativo a la sociedad de procedencia -la Península Itálica- algunas constataciones resultan relevantes para comprender la conformación del contingente migrante y su relevancia histórica en el período analizado. Ante todo, cabe señalar que en ese entonces no existía Italia ni como Estado ni como nación. Su espacio geográfico estaba dividido en siete entidades político-territoriales, la mayoría de ellas bajo gobiernos absolutistas restaurados luego de la disolución del Primer Imperio francés. Si bien no existía aún la nación italiana, si despuntaba un nacionalismo italiano impulsado por élites intelectuales que profesaban el liberalismo como ideología. Los integrantes de esta élite participarían en las infructuosas revoluciones de 1820 y 1830. Remitiéndose a la tradición de 1789, y con los antecedentes de las experiencias liberalizadoras de la República Italiana (1802-1805) que presidió Napoleón y del Reino de Italia (1805-1814), gobernado por su hijastro, estas revoluciones, aunque fracasaron, sembraron la semilla del movimiento que cristalizaría en 1831 bajo la denominación de la Giovane Italia. Liderada por Giuseppe Mazzini y definida como una asociación de carácter liberal, republicano y nacionalista, concitaría la participación de Giuseppe Garibaldi, uno de sus integrantes más destacados.
Este contexto histórico de la sociedad de procedencia, ofrece algunas claves interpretativas esenciales para comprender la incidencia que tuvo el contingente migratorio italiano en tiempos de la Guerra Grande. Procedentes de un espacio geográfico en que sus ideales enfrentaban serios obstáculos para su realización, hallaron en nuestro país un ámbito propicio para promoverlos y luchar por ellos, cuando las circunstancias históricas así lo demandaron.
A comienzos de la Guerra Grande, casi siete mil italianos figuraban como residentes en una ciudad que, como Montevideo, apenas superaba los treinta mil habitantes. Si se estudia la procedencia de esos italianos establecidos tempranamente en el Uruguay, es posible concluir que, gracias a incentivos brindados por el gobierno uruguayo, se instalaron numerosos agricultores llegados del Piamonte en chacras próximas a Montevideo. Sin embargo, si se analiza esa misma presencia en áreas urbanas, los ligures constituyen la mayoría. Por lo tanto, en términos generales, puede afirmarse que prevalecían los inmigrantes de la Italia septentrional. Hay que esperar hasta fines del siglo XIX para que se torne perceptible la presencia de inmigrantes procedentes de las regiones meridionales de la Península. Se constata, por otra parte, un predominio de la población masculina, tendencia que se mantendrá durante las décadas posteriores a la Guerra Grande. Dentro de esa población masculina, los adultos jóvenes tenían una presencia mayoritaria. Había, además, una presencia significativa de personas no integradas a un núcleo familiar, aunque el porcentaje de los que vivían solos solía ser bastante reducido, por razones económicas. Ello motivaba que el modelo de familia nuclear prevaleciera, en contraposición al modelo de familia extensa, predominante en la sociedad criolla. Se verificaba, asimismo, una predisposición a contraer matrimonio dentro la comunidad de origen. Sin embargo, el mayor peso de la población masculina entre los recién llegados, hacía necesario que un número importante de ellos se desposase con uruguayas. Por el contrario, las italianas que no se casaban con sus connacionales, tendían a hacerlo con otros extranjeros establecidos, y no con criollos. Este contexto favorecía una nupcialidad temprana dentro del grupo inmigrante, si se la comparaba con la de la población local.
Desde un punto de vista económico, los italianos del Norte, especialmente de Liguria, se vincularon al desarrollo del comercio minorista, las actividades artesanales y la pequeña industria, tanto en Montevideo como en Salto, la segunda ciudad del país. Desde una perspectiva social, los políticos, intelectuales, profesionales universitarios y comerciantes se destacaban dentro del conjunto de los italianos radicados. Esta constatación se contrapone a la caracterización de una población migrante conformada por una masa de asalariados escasamente calificados que abandonan su país por causas exclusivamente económicas. Entre este universo de inmigrantes en particular, fueron las causas político-ideológicas, además de las económicas, las que pesaron en su decisión de partir. Asimismo, las condiciones en las que lo hicieron difieren de las clásicas: se trataba de ciudadanos alfabetizados, con recursos materiales y culturales lo suficientemente significativos como para lograr una exitosa inserción en la sociedad receptora. De hecho, las carencias de todo tipo de las que esta última sufría, favorecieron una rápida incorporación de inmigrantes que por sus ocupaciones y profesiones brindaron al país aportes valiosos. En una sociedad en que no había abogados, médicos, maestros, artistas e intelectuales, los italianos que habían adquirido una sólida formación en su sociedad de procedencia, contribuyeron al desarrollo económico, social y cultural de un país que comenzaba a existir.
Una de esas contribuciones, que se puso de manifiesto especialmente durante la Guerra Grande, refiere al desarrollo de la prensa escrita. A comienzos de la década del cuarenta del siglo XIX, se publicaron dos periódicos, L’Italiano y Il Legionario Italiano, dirigidos ambos por Giambattista Cuneo, un mazziniano convencido que difundió los ideales de la Giovanne Italia, en todos los ámbitos por los que transitó, y que desarrolló además una estrecha amistad con Garibaldi.
El periódico L’Italiano, cuya aparición recibió el beneplácito del propio Mazzini, se editó entre 1841 y 1842. En sus treinta y dos números, se unieron luchas e ideales. Así lo ponían de manifiesto las palabras “Libertad, Igualdad, Humanidad” que figuran a la derecha de su portada, y los vocablos “Independencia, Unidad” que aparecían a la izquierda. Cuando, con motivo del sitio de Montevideo, se creó la Legión Italiana, Cuneo dirigió un segundo periódico, Il Legionario Italiano, cuyos cuatro únicos números aparecieron entre 1844 y 1846. En ellos, se procuró abordar el tema de la causa italiana y mantener en alto el patriotismo de los legionarios, en particular, a partir del relato de su último número, dedicado al combate de San Antonio. En él, como es bien sabido, las fuerzas de la Legión Italiana, comandas por Garibaldi derrotaron, en las afueras de Salto, a las fuerzas de Oribe, lideradas por Servando Gómez.
Con un ejemplo tan significativo, culmina esta breve exposición que procuró trazar, a grandes líneas, las características de un grupo inmigrante que dejó una huella indeleble en un momento decisivo de nuestra historia.
“Una familia italiana sanducera: Los Luisi” (Ana María López)
“Los Luisi”, como se les conocía, es una de las más destacadas familias de la sociedad uruguaya, que desarrollaron una gran labor en el ámbito de la educación integral de niños y niñas en la ciudad de Paysandú, a finales del Siglo XIX y principios del siglo XX. Angel Luisi y Josefina Janicki llegaron junto con otras familias de inmigrantes a la zona litoral del Río Uruguay, estableciéndose primeramente en Colón, República Argentina, y luego pasando a Paysandú, en Uruguay.
Fueron pilares en la formación académica de la niñez de la época, y donde formaron a sus hijos en la lucha por los derechos de igualdad entre hombres y mujeres en los diferentes ámbitos de la sociedad. Ángel Luisi Pisano nació en Pisa el 2 de Julio de 1846, fueron sus padres Pelegrina Ferri y Lucas Luisi. Fue estudiante de Derecho y Jurisprudencia en la Universidad de Pisa, educacionista y legionario Garibaldino. A los 24 años en 1870 se adhiere al grupo de jóvenes voluntarios que siguen a Giuseppe Garibaldi hacia Francia y fue miembro de la Legión de los Vosgos en la guerra franco- prusiana. Fue testigo de la Comuna de París, movimiento de insurrección que gobernó París durante 60 días.
Terminada la lucha se dedicó a dar clases de italiano en Lyon, donde conoce a la que sería su compañera de vida, María Teresa Josefina Janicki, nacida en Polonia y que residía en Lyon donde había llegado junto con exiliados polacos. Maestra y profesora llegó a ser Inspectora en un instituto educativo, integrante de un grupo de mujeres fervientes defensoras de la educación laica y del voto femenino.
Luego del casamiento con Ángel Luisi, abandonan Francia para radicarse en Colón (Entre Ríos, Argentina) en 1872. Allí comenzaron a trabajar en el ámbito educativo en una sociedad donde el dogmatismo católico era muy fuerte.
El 11 de diciembre de 1875 levantó columnas la logia Cristóbal Colon filial Nº50 del Gran Oriente Argentino, contándose Ángel Luisi entre sus integrantes. Fundador de la Biblioteca Fiat Lux copiando los libros para que todos puedan acceder al conocimiento, y para difundir la cultura, inaugurándose el 9 de agosto de 1876. Ángel Luisi desde su llegada a Colón, trabajaba como preceptor de una escuela pública de la ciudad, pero en marzo de 1877 fue destituido.
Fueron años difíciles para la familia en 1875 nació Paulina su primera hija y en 1878 la familia emigra hacia Paysandú, buscando un sitio más propicio para llevar adelante una educación laica, conforme a los principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Ángel junto a otras personas funda la Sociedad de Amigos de la Educación Popular y el Instituto Luisi de Paysandú. Ejerció el periodismo en los diarios El Progreso y El Pueblo. En 1881 es vice cónsul italiano, comerciante, procurador, profesor, integrante de la Logia Fe de Colón, y dirigente masónico reconocido. Fundador de la Sociedad Unione e Benevolenza. Y al año siguiente junto a otros italianos fundan el Circulo Garibaldino. En 1883 contribuye a la fundación del Ateneo de Paysandú, y la escuela que creó, estaba al lado del edificio del Ateneo, donde se instaló el primer Jardín de Infantes del Uruguay.
Los Luisi Janicki fueron una familia de trabajadores que se desarrolló en un ambiente de resistencia, de lucha, de rebeldía, traen un bagaje de conocimientos pedagógicos culturales muy liberales, fomentó el librepensamiento, y las ideas mas progresistas reinaban en ese hogar, que chocaban con los prejuicios y religiosidad de la época. Nadaban contra corriente y esa actitud no era nada cómoda, al contrario les trajo muchos problemas, por eso su clara prédica a sus hijas “debían bastarse por sí mismas”, “ser seres independientes”.
En Paysandú nacen sus hijos Inés, Clotilde, Ángel, Héctor, Luisa, Anita y Elena. Todos fueron profesionales: las hijas todas fueron maestras, y las universitarias fueron Paulina, la primera médica cirujana del Uruguay , Clotilde, la primer abogada, y dramaturga, Inés también médica y cirujana, fue decana de la Universidad de Mujeres de Montevideo y Luisa poeta, pedagoga y crítica literaria. Fueron activistas feministas y luchadoras por los derechos del niño y de la mujer, la democracia y el bienestar social.
De los hijos varones, Ángel fue técnico agrimensor y Héctor llegó a contralmirante en la fuerza naval uruguaya.
En 1887, Angel se traslada junto a toda su familia a Montevideo, siguiendo a su hija Paulina decidida a ingresar a la Facultad de Medicina. Colabora en los diarios La Nación y La Prensa, y ocupa un cargo de confianza en la Secretaria de la Presidencia de la República, pasando luego en 1903 a trabajar en la Sección de Publicaciones de la Cámara de Representantes, hasta su retiro y jubilación en 1916. Falleció el 12 de julio de 1929, a los 83 años de edad.
Es importante resaltar la actividad de la Educacionista María Teresa Josefina Janicki que fue quien creó el primer Jardín de Infantes en la Educación Pública en 1885 en Paysandú. En una exposición realizada sobre “El aporte polaco a la educación en el Uruguay”, la Sociedad Polaca José Pilsudski reunió algunos documentos que descubren la trascendencia de la obra de la Maestra Janicki, injustamente olvidada. En este Jardín de Infantes se regía por el Método Froebel. Un método creado por un pedagogo alemán Friedrich Froebel basado en el juego, el afecto, la sociabilidad, como medio para una educación integral, con música, gimnasia, desarrollo de la creatividad, y las capacidades cognitivas e intuitivas. En el Jardín se atendía a 30 niños y niñas de 3 a 7 años que recibían además de instrucción, alimentos y vestido en forma gratuita. Se realizaba con el apoyo de la Sociedad Educacionista de Señoras de carácter laico creada por Setembrino Pereda.
Josefina Janicki realizó una verdadera obra precursora para el desarrollo de la educación y de la reforma valeriana en el país y a la que le debemos un reconocimiento público.- Como expresaba Noel Ferriolo nieta de Anita Luisi, sobre sus bisabuelos, en una entrevista “ellos son los que siembran la semilla de decirles a todos sus hijos, incluyendo a los varones, que el mundo no tiene límites. No importa que sean mujeres, no importa lo exterior, lo que no pueden controlar. Lo que importa es lo que está adentro del bocho, eso fue lo que les inculcaron.”
La importancia de la formación de conciencias libres, los métodos modernos de educación, la lucha por la libertad de pensamiento y la enseñanza laica y liberal fueron las ideas cardinales que Ángel y Josefina inculcaron a sus hijas entusiasmándolas a lograr sus objetivos. Angel se veía reflejado en su hija Paulina por la cual tenía especial devoción.
Paulina ingresó al Internado Nacional de Magisterio en 1887 con 12 años, culminando sus estudios en 1894, seis años después en 1900 ingresa a la facultad de Medicina, donde no fue fácil la lucha por estudiar y ser la cuña que rompiera el predominio masculino en esa profesión, debía ser muy dura y tener una mente poderosa y ser excelente, para que no quedaran dudas. Tenía a toda la sociedad en contra : ¡Cómo se mete esa mujer ahí en la Facultad de Medicina con hombres a ver cuerpos desnudos …etc., etc. Unos años antes se le había negado a Luisa Dominguez rendir exámenes de bachillerato y fundamentaban la negación diciendo que “Hacer cocido y hacer calceta la olla y la aguja era el horizonte obligado de nuestras mujeres cualquiera sea su posición social, sus tendencias y aptitudes”.
Paulina fue la primera mujer encargada de una cátedra en la Universidad y la primera en integrar un tribunal para concursos de la misma. Lider feminista y fundadora del Partido Socialista, luchaba por la igualdad de los sexos, la igualdad civil, política, en la educación, y por la solidaridad humana ejercida dentro del derecho y la democracia. Luchaba por la emancipación de la mujer en todos los ámbitos sea en el hogar o en el contexto social, por la libertad de pensamiento y de conciencia, por el derecho al sufragio etc. Estuvo siempre en primera fila para expresar las ideas más avanzadas para su época y muchas veces no fue comprendida, no por falta de elocuencia o acción sino por la pobreza mental de la sociedad aun enlazada en prejuicios sociales. Expresaba la necesidad de difundir las ideas por la escritura, realizó muchas publicaciones que aun hoy son consultadas en varias partes del mundo, donde llevó el mensaje esperanzador a todas las mujeres y niños.
Seguiríamos hablando de Paulina y su gran obra, pero la obra más importante de todas, fue dejarnos su legado de vida, junto con sus padres y hermanos una familia que reconocía el valor humano, el valor de cada persona, el darle la fortaleza a su ser interno para expresarse, para accionar para luchar por aquellos derechos que aún no se habían conquistado.
Angel Luisi y Josefina Janicki bebieron de la fuente del pensamiento garibaldino, de luchar por la libertad de pensamiento y de expresión, y para ello había que educar a la sociedad, darle libre acceso a que pudieran formarse su opinión, acercándoles la literatura necesaria, solo así podrían abrir sus mentes a nuevas ideas y descubrir un mundo de posibilidades. Y al decir de Paulina “hay que educar a una parte de las mujeres para la vida política, empezando por despertar aspiraciones…”
En la lucha por el librepensamiento, la laicidad y la democracia recomendaba combatir en la prensa diaria, escribir y volver a escribir, insistir y repetir. Representó a Uruguay en muchos foros y eventos internacionales, y junto a Luisa su hermana se movilizaron en favor de la paz y la democracia. Al igual que su padre tuvo un gran respeto por la actividad sindical colaborando en sus fundaciones.
Salió de las fronteras uruguayas para extenderse por todo el continente y hacerse oír ante los auditorios más especializados de Europa. Recorrió el mundo dejando en cada Congreso bien cimentados los prestigios de la ciencia y de la intelectualidad en el Uruguay. Fue gran luchadora por la paz y el desarme participando en varias conferencias siendo en algunas la única mujer.
Clotilde Luisi comenzó su camino educativo como era la manera frecuente para la época, ingresó al Instituto Normal de Señoritas y obtuvo el título de maestra. Una vez egresada fue becada para recibir capacitación en Buenos Aires en el Instituto de Niños Sordomudos. Gracias a ello fue docente en esa área y representó a Uruguay en un Congreso de Profesores de Sordomudos realizado en Roma. En 1906 ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. Fue la primera mujer uruguaya en cursar dicha carrera y egresó en 1911. Se le asignó un lugar en la Cátedra de Derecho Romano e Historia del Derecho siendo la primera mujer que conformó el cuerpo docente de dicha casa de estudios. Como estudiante universitaria publicó varios artículos en la revista estudiantil “Evolución” sobre moral, derecho y criminalidad. En el “Congreso Internacional de Estudiantes Americanos” de 1908, llevado a cabo en Montevideo, Clotilde Luisi representa a Uruguay y es la única mujer que participa del mismo. Maestra, profesora de educación secundaria y en la universidad, dramaturga, escritora, la primera mujer uruguaya abogada y la primera Decana de la Sección Femenina de Enseñanza Secundaria de la Universidad de la República. Sin duda una mujer multifacética, que supo vencer prejuicios y barreras en la primera mitad del siglo XX, al igual que sus hermanas Paulina y Luisa
Luisa fue tan feminista como sus hermanas aunque se dedicó más a la educación y a las letras, marcada por una enfermedad que la inmovilizó, combatió la soledad a través de su faceta más ignorada: la poesía. Se recibió de Maestra 1903 y asistió como delegada oficial al Congreso del Niño en Buenos Aires en 1916, en 1925 integró el Consejo Nacional de Enseñanza Primaria y Normal hasta 1929, fue profesora de idioma español, lectura y declamación y dirigió el Instituto de Magisterio de Montevideo.
Frecuentó los ambientes literarios y publicó numerosos artículos con sus opiniones políticas y de críticas teatrales en varias revistas culturales de la época. Además Luisa escribió varios trabajos pedagógicos, fue una defensora de la escuela valeriana laica y democrática.
Luchaba porque la educación superior estuviera accesible y abierta a la mujer para que ésta pudiera valerse por sí misma. Fue una luchadora que elevó su voz clara y decidida sintiendo a la fraternidad entre todos los seres humanos como un valor esencial para lograr una democracia justa y firme con mejor justicia social protección a la infancia y la eliminación de la división de clases sociales.
¿Cuanto pesaba ser hermana de las primeras en todo?
Esto es solo un pantallazo, un resumen de lo mucho que nos legó esta familia excepcional, para que reflexionemos que se puede, si tenemos las ideas claras, se puede luchar por nuestros objetivos, y alcanzarlos y luchar por aquellas causas que son tan importantes para todos nosotros, como lo hizo también Garibaldi y su familia.
“La Epopeya de Anita Garibaldi” (Nancy Medina)
Ana María Ribeiro de Jesús, mejor conocida como Anita Garibaldi, representa la emancipación femenina, fue honrada mundialmente con el título de “Heroína de dos mundos”, catalogada de intrépida, aventurera, revolucionaria…
Su historia es una de las mejores representaciones de la fuerza de una mujer, que con coraje luchó junto a su segundo marido Giuseppe Garibaldi, por los ideales republicanos, democráticos y liberales, contra las injusticias sociales y por la igualdad entre hombres y mujeres.
La historia comenzó un 30 de agosto de 1821, en una lejana localidad de Brasil, Morrinhos, allí nace Anita, perteneciente a una familia de ganaderos, que tuvieron que trasladarse a la ciudad de Laguna, tras haber fallecido su padre y todos sus hermanos varones de manera inesperada, y en busca de alguna oportunidad de superar la ruina económica.
Tal vez por ello, por la vida de sacrificio que llevaba, tuvo que crecer aceleradamente, cuentan las versiones populares que ya a temprana edad demostraba no solo su encanto sino su valentía, llegando incluso a ser calumniada y humillada por haber denunciado una agresión por parte de un hombre, a quien en respuesta a esa agresión Anita le apagó un cigarro en su cara.
Hay quienes dicen que por la miseria en que vivía, mientras otros dicen para disipar las calumnias y por consejo de un párraco hacia su madre, con tan solo 15 años de edad Anita se casa con un hombre mucho mayor, Manuel Duarte Aguiar, un zapatero que había adquirido una importante posición social y riqueza a través de la ganadería, pero sus adicciones al alcohol y al maltrato estuvieron muy lejos de ofrecer un futuro feliz a nuestra heroína, al año ya estaba separada y su marido alistado en el ejército imperial.
Anita tenía 18 años cuando la ciudad de Laguna fue tomada por las tropas revolucionarias, nacía la República de Río Grande y en un intento por construir la República, en una flamante flota, arriba el buque Insignia, bajo el mando del capitán Giuseppe Garibaldi.
Los relatos que suceden son épicos, como épica comienza a ser la historia de Anita junto a Garibaldi, con quien se une de por vida, y abrazada a la causa y a sus mismos ideales, se dispone a acompañarlo en la lucha por la emancipación, por la libertad.
Tenía un formidable espíritu aventurero que la llevó a convertirse en un miembro más de las tropas. Cuentan los historiadores que “manejaba la espada con ardor” pero “disparaba (su arma) como el mejor de los tiradores”.
Combatió y ayudó a los heridos. Demostró ser la más intrépida, sacudiendo a los hombres que iban cayendo en las batallas y gritándoles que se levantaran y pelearan como hombres libres.
Relatan las memorias de Garibaldi, que tal vez hizo unas veinte veces, el viaje de la orilla al barco, bajo fuego enemigo, en un pequeño bote de remos, para transportar y abastecer a las naves republicanas de armas, municiones y provisiones.
Garibaldi la comparaba con la imagen de la estatua de Palas Atenea (patrona de los hombres heroicos), escribió que en la encrucijada de los tiros ella aparecía erguida, tranquila y altiva, parada en la popa.
En sus memorias se refleja la figura de la “mujer guerrera, valiente y librepensadora”, “[al verla combatir, los hombres sentían] vergüenza por ser menos valientes que una mujer”; “empezó a vestir ropa masculina para poder montar a caballo”; y finalmente, lo atípico de ver a una mujer a caballo, con sable o pistola en mano, orquestando revueltas independentistas: “era cosa extraña el ver esta valiente montada en un ardiente caballo de batalla”.
En la batalla de la selva, una de las más sangrientas, en Curitibanos, fue capturada, y ocurre aquí un hecho que describe su valor, su coraje, su fortaleza.
Garibaldi había sido emboscado y los oficiales brasileños le dicen a Anita que había muerto. Ella, embarazada, tal vez no convencida de su muerte, pide revisar el campo de batalla en busca de su cadáver para rendirle un homenaje, no lo encuentra.
Rápidamente ante un descuido del guardia toma su caballo y logra huir. Con su poncho y su sombrero, se interna en la selva.
Fue perseguida por el ejército brasileño hasta que la perdieron, cuando se sumergió en las aguas del arremolinado y peligroso río Canoas.
Recorrió varios días la selva, sin comida ni bebida en busca del campamento de Garibaldi hasta que finalmente lo encontró y pudo decirle que estaba embarazada.
Menotti fue su primer hijo, nació en 1840, y a menos de 15 días de haber dado a luz, nuevamente Anita tuvo que huir de las fuerzas imperiales, dicen que galopaba con un su hijo recién nacido en un brazo y en el otro su arma.
Permaneció escondida 4 días, amantando a su hijo y alimentándose de raíces y frutos silvestres
Uno de los coroneles, años después dando una lección a jóvenes oficiales de Porto Alegre describió lo siguiente: “cuando me la presentaron estaba mal vestida, con ropa de hombre, despeinada…se notaba que sufrió terriblemente…sólo con su presencia se ganó mi admiración y la de mis hombres…nunca imaginamos ver a una mujer tan combativa…nos llena de orgullo que fuera catarinense, una compatriota que dio prueba de gran habilidad y coraje…”
Corría el año 1841 cuando emprenden el camino hacia Montevideo.
Se casa con Garibaldi un año después en la Iglesia San Francisco, y Garibaldi se dedica a dar clases de matemáticas por un tiempo, hasta que nuevamente la revolución lo requiere, para la defensa de Montevideo, que había sido sitiada por las fuerzas de Juan Manuel de Rosas.
Apoyando a Fructuoso Rivera se hace cargo de la Armada.
Anita vistió con camisas rojas a la legión al mando de Garibaldi y de negro a sus banderas, y así la legión garibaldina se enfrentó a varios combates en nuestro país.
Anita dio a luz tres hijos más, Teresita, Rosita y Ricciotti.
Con sus hijos regresó a Italia en 1849, donde fue recibida como embajadora y heroína y preparó el retorno de Garibaldi y su ejército de “camisas rojas” para luchar por la unificación del país.
A decir de Anita en una carta que le escribe a su hermana desde Roma, vivieron “terribles luchas”, muchos valientes muertos, mientras ella tras besar a sus niños y preguntándose si los volvería a ver, volvió a alistarse en los campos de batallas en Roma.
Garibaldi la presentaba a sus oficiales como “mi esposa Anita…un soldado más”.
Heroicas batallas libraron en pro de la independencia de los estados del norte de Italia, combatieron contra ejércitos austríacos, franceses, españoles, y tropas pontificias, Garibaldi, sus legionarios incluyendo hasta a sus dos hijos varones, y siempre Anita su fiel compañera, hasta que enfermó.
Estando además embarazada de su quinto hijo, no pudo resistir la huida hacia Venecia y falleció el 4 de agosto de 1849, tenía 28 años de edad.
Luego de varios intentos por darle un entierro digno, (recordemos que Garibaldi estaba siendo perseguido), 10 años más tarde regresa con sus hijos y traslada los restos de Anita a una tumba familiar en Niza.
En 1932, completado el monumento y en ceremonia con honores, definitivamente fue enterrada en el Janículo en Roma.
Anita Garibaldi hoy está presente de muchas maneras, su memoria es honrada por su participación heroica y patriótica para la instalación de las repúblicas catarinense, rio- grandense, uruguaya y romana, con monumentos, nombres de calles, plazas, ciudades, museos, escuelas, centros de salud, y mucho más…
Felizmente hay quienes intentan rescatar su figura, pero más que nada contar su historia, el director de cine Luca Criscenti hace pocos días estuvo en Montevideo filmando fragmentos del docuficción titulado La Versión de Anita, que se estrenará en el último trimestre del año en la televisión italiana.
A decir de Criscenti “Uruguay es importantísimo en la vida de la pareja. Es el país en donde pasaron más tiempo juntos, el país en el que nacieron tres de sus cuatro hijos y donde una de sus hijas murió. El país donde, gracias a la presencia fuerte de italianos, y en particular, de mazzinianos, comienza a forjarse el mito de Garibaldi como héroe de dos mundos”. “La intención es mostrar una figura diferente a la que se le otorgó desde el punto de vista histórico, sobre todo de parte de hombres. La historia casi siempre fue contada por hombres y ella nunca tuvo una voz propia”.
Como ellas varias, por eso alzamos nuestra voz para honrarlas, contar su epopeya.
También hoy, a poco más de 200 años, queremos rendirle nuestro homenaje a una guerrera que dio su sangre por los ideales libertarios, que dejó un legado que merece ser recordado e inspirador para las mujeres de hoy.
Porque muchas, hoy, también continúan librando su batalla por la igualdad, por la justicia social, por sus derechos, tan simples y tan importantes como lo son la educación, la atención médica, el trabajo, el realizar un deporte, el caminar solas por las calles.
Demos una mirada hacia Medio Oriente y observemos a las mujeres, muchas de ellas exiliadas, refugiadas, muchas de ellas desaparecidas, asesinadas, castigadas por reclamar una vida digna, por reclamar derechos, por reclamar libertad.
Una Anita Garibaldi, su espíritu indómito, vive en cada una de las mujeres, que, desde cualquier rincón del mundo, fieles a sus principios se alzan ante la tiranía y la opresión.
“Garibaldi y la Masonería” (Raúl Bula Cabral)
Buenas tardes. Es un honor dirigirme a Uds. y transmitirles en primer lugar el fraternal saludo de los hombres y mujeres franc-masones del Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay, fundado el 10 de Diciembre de 1998, día del 50º Aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, Institución con personería jurídica otorgada por las Autoridades de la República, integrada a la corriente liberal y adogmática de la Masonería.
Y es un alto honor dirigirme a Uds. para referirme ni más ni menos que a nuestro Ilustre Hermao José Garibaldi, quien fue un franc-masón íntegro, valiente, comprometido con la Libertad, la República, la lucha por la Justicia y la Libertad de Conciencia.
El propósito de la Masonería al momento de su fundación tal cual la conocemos hoy en Junio de 1717 en Londres, fue contribuir al perfeccionamiento del Hombre y la sociedad, partiendo de la idea que es posible construir una sociedad más pacífica, más tolerante, más armoniosa, más justa, más libre, en suma más humana, inspirada en los Principios de Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Entonces: ¿como José Garibaldi no se iba a sentir atraído por integrarse a la Masonería, que sostenía también los mismos principios y valores fuertes que él mismo encarnaba? ¿Cómo Garibaldi no iba a ingresar a la Masonería, si su ideal era el del Siglo de las Luces, coincidiendo en el carácter universal de esos Ideales, ideales del Humanismo que coloca al ser humano como centro de toda acción y de toda reflexión?
Su concepción republicana, contraria a toda dominación y comprometida con el desarrollo de ciertas virtudes cívicas que exalta el republicanismo, como ser entre otras: simplicidad, igualdad, patriotismo, integridad, generosidad, coraje, activismo cívico, compromiso con la suerte de los demás, hicieron de nuestro Hermano José Garibaldi un Hombre Faro.
Recordemos y pensemos en la vigencia de sus ideas hoy en el mundo que nos toca vivir, cuando él sostenía que “… es deber de todo hombre libre luchar por la libertad, en cualquier lugar en que haya tiranía, sin distinción de tierra ni de pueblo, porque la libertad es patrimonio de la humanidad”.
José Garibaldi propugnó por el cosmopolitismo. Luchó por la unidad de la patria en la que nació, Italia, pero él no entendía las fronteras como físicas sino como valóricas, por eso para él luchar por la libertad no tenía fronteras. Fue un auténtico ciudadano del mundo y así lo manifestó en su accionar en Brasil, Argentina, Uruguay, Francia o Italia.
Garibaldi fue iniciado en Masonería en Agosto de 1844 en Montevideo, en la Logia “Les Amis de la Patrie”, la que tenía como antecedente el centro Masónico más antiguo fundado en el Uruguay en 1827, cuando masones franceses formaron en Montevideo un Taller masónico bajo el nombre de “Les Enfants du Nouveau Monde”, que luego pasaría a constituirse como la Logia “Les Amis de la Patrie” integrada al Gran Oriente de Francia, Institución masónica de referencia de la masonería liberal y adogmática fundada en 1728 como una emanación directa de la Gran Logia de Londres de 1717, primera forma institucional de la Masonería Moderna. Y abro aquí un pequeño paréntesis para mencionar a título informativo, que fue justamente el Gran Oriente de Francia quién le otorgó en su momento la Carta Patente en reconocimiento a la regularidad y seriedad de sus trabajos masónicos a nuestro Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay. La Logia “Les Amis de la Patrie” dónde fue iniciado Masón el Ilustre Hermano José Garibaldi fue referencia de la Masonería liberal y adogmática en el Río de la Plata desde 1820, junto a “Les Amie des Naufragès”, creada en 1852 en la Argentina y continuó trabajando hasta bien entrada la década de 1880.
Garibaldi fue elevado al grado de Maestro Masón en Italia en 1860 y en 1862 elevado a la Gran Maestría del Gran Oriente de Palermo. Tan fuertes eran las convicciones masónicas de Garibaldi que él sostenía en 1867 previo a una Asamblea de la Masonería: “Todavía no tenemos un país porque no tenemos a Roma…Soy de la opinión que la unidad masónica conducirá a la unidad política de Italia. Hay que dejar de lado las pasiones profanas y en conocimiento de la alta misión que la Institución masónica nos ha confiado, cumplir en realizar la unidad moral del pais”. Ese mismo año fue conducido a la Gran Maestría del Gran Oriente de Italia.
Garibaldi impulsó la vinculación de la Masonería con los movimientos sociales, especialmente con el movimiento obrero de la época porque entendía que la Masonería y los masones no podían estar separados de la sociedad. También jugó un papel muy importante en la iniciación de la mujer en Masonería, siendo de los primeros en favorecerla. El 25 de Mayo de 1864 inició como masona a su hija Teresita Garibaldi y a Luigia Candia, esposa del Hermano Paolo de Michelis, 33º; también según documentos de 1867 archivados en el Gran Oriente de Italia, ese año como Soberano Gran Comendador y Gran Maestro del Gran Oriente de Italia otorgó el grado de Maestro Masón a Susane Helene Carruthersy según el certificado que el mismo José Garibaldi suscribió.
Garibaldi jugó un papel muy importante en el desarrollo del Rito Egipcio, el cual tiene una importante tradición masónica. Recibió la filiación del Rito de Misraim del Soberano Santuario Americano de Menfis desde 1865 y el de Gran Bretaña desde 1872. En 1876 recibió los grados 95º y 96º del Rito de Menfis con el título de “Gran Maestro de Honor Ad Vitam” del Soberano Santuario de Egipto. Su carisma y liderazgo lo convirtieron en símbolo de unidad masónica que siempre impulsó con profunda convicción, consiguiendo finalmente la reunión del Rito de Menfis y el Rito de Misraim, deviniendo en Rito de Menfis-Misraim.
Su conocida posición anticlerical no era antireligiosa sino no se hubiera casado por Iglesia en Montevideo con Anita. Era contrario a la Institución eclesiástica porque representaba un dogma y era parte del poder político terrenal que impedía la unidad italiana. Su oposición era al matrimonio entre el poder político estatal y el poder religioso, por lo que impulsaba la separación de la Iglesia del Estado como vector inexcusable para el progreso social. En su concepción que es la concepción de la masonería, el Estado no debe tener ni religión ni idea político-ideológica ni filosófica en particular. El Estado no procura feligreses ni militantes de una fracción política, por eso el Estado se abstiene de esas cuestiones que son de la conciencia de los individuos, propendiendo a la formación de ciudadanos soberanos de la República Laica.
El Hermano José Garibaldi pasó a la inmortalidad el 2 de Junio de 1882 y numerosos homenajes masónicos y no masónicos se le tributaron en muchas partes del mundo. Por estas latitudes rioplatenses, las crónicas periodísticas de la época narran los mismos y los conflictos con la iglesia católica, los obispos, las posiciones adoptadas al respecto por los gobiernos de la región en defensa de la memoria del luchador incansable y ciudadano del mundo, así como las peripecias vividas por los masones en su enfrentamiento con los seguridores del clero. Pocos días después que falleciera Garibaldi, el 11 de Junio de ese año en Montevideo, el incendio de un local masónico en una situación confusa, sospechosa, con la lamentable pérdida de vidas humanas, se quemó el estandarte de “Les Amis de la Patrie” bajo el cual había sido iniciado masón el Hermano Garibaldi, que se hallaba ahí en custodia.
Las palabras Valor, Patriotismo, Justicia, Culto a la Democracia, Amor a la Libertad fueron las virtudes señaladas del Hermano Garibaldi, en los honores fúnebres que le tributó la Masonería en nuestro país el 26 de Julio de 1882, según el acta de la Tenida (reunión masónica) que obra en la Biblioteca Nacional de nuestro país. La impronta de Garibaldi después de Garibaldi, vivió por mucho tiempo en el barrio del Cordón de Montevideo, que fue un auténtico ghetto garibaldino de inmigrantes italianos en su momento, desde dónde se irradiaron los valores e ideales republicanos, democráticos, laicos y liberales del “héroe de dos mundos”, que sirvió de reserva cívica, moral y espiritual a la actitud que asumieron Hermanos Masones frente al golpe de Estado de 1933 en nuestro país, pero eso ya es harina de otro costal.
El ideario y la acción de nuestro Hermano Garibaldi es patrimonio de la Humanidad, no de la Masonería en exclusivismo: pretenderlo así sería ajeno a nuestra concepción.
Para nosotros es testimonio de quien tomó por la senda del Deber y es fuente de inspiración y de compromiso de honor para nosotros, mantener la antorcha de su ideario y valores encendida en el día a día de nuestra vida, dentro y fuera de nuestros Templos, coherentemente con la Tradición iniciática y el compromiso con la República Laica, la Democracia y la Libertad Absoluta de Conciencia que representa nuestro Gran Oriente de la Franc-Masonería del Uruguay.
“Garibaldi y la Guerra Grande” (Víctor Rodríguez Otheguy)
Luego de haber participado en la defensa de la República Riograndense, también conocida como Farroupilha, nacida de la revolución del mismo nombre, Giuseppe Garibaldi llega a Uruguay en 1841. Antes, en junio de 1837 había llegado a sus costas con la finalidad de realizar comercio y contactar a algunos compatriotas, en particular, a Luis Rosetti, compañero de la causa republicana. En las bravías aguas de Maldonado y ya en la entrada del invierno, la pequeña embarcación timoneada por Garibaldi escapa a la persecución de un buque de guerra del imperio de Brasil, alertado por el gobierno uruguayo del presidente Manuel Oribe ante la presencia de una embarcación con la bandera republicana riograndense. Luego, en las costas de Rosario, Colonia, se enfrenta y vence en batalla a uno de los dos buques que el presidente Oribe envía en su persecución. En ese instancia, Garibaldi, que siendo el jefe, siempre enfrentaba a los adversarios sin distinguirse de los dirigidos, es herido de un balazo en el cuello. Salvará su vida y esa será la única vez que sufriría una herida en estas tierras, pese a haber participado de muchas batallas, gran parte de ellas en enfrentamientos cuerpo a Pcuerpo con sable en mano. (Pereda; 1914).
En 1838 regresa a Uruguay, luego de haber estado en Entre Ríos, siendo tomado prisionero y sufrido torturas en Gualeguay. Su amigo, el ligurés Pascual Carbone lo traslada a Montevideo, pues tenía la intención de contactarse con Rosetti, quien sin embargo no se encontraba en la ciudad y anteriormente se había mantenido oculto durante algunos meses debido a sus simpatías con la causa republicana. En virtud de sus antecedentes de los meses anteriores, Garibaldi también permanece oculto en Montevideo durante un mes, manteniendo contactos con otros dos compatriotas republicanos, Juan Bautista Cúneo y Napoleón Castellini, con quienes mantendrá luego una profunda y larga amistad. (Pereda; 1914)
Al año siguiente se desata una guerra civil primero entre bandos político-militares del Uruguay (blancos, liderados Manuel Oribe y colorados por Fructuoso Rivera), que posteriormente deriva en una conflagración regional e internacional, fruto de la confrontación de intereses de diversa naturaleza. Juan Manuel de Rosas, gobernador de la Provincia de Buenos Aires que ejercía el poder de forma dictatorial, apoya al bando de Oribe y promueve la defensa de la soberanía en el comercio fluvial del Paraná y Uruguay, de acuerdo a sus términos interpretativos. Por otra parte, las provincias argentinas del litoral defienden el libre comercio y la libre navegación de los ríos, recibiendo el beneplácito de Inglaterra y Francia. No quedaban ocultas, sin embargo, las pretensiones expansionistas y de dominación de Rosas y el gremio de terratenientes bonaerenses sobre el territorio uruguayo, así como los intereses de los imperios británico y francés.
En ese clima de guerra llega Garibaldi con su esposa Anita y su pequeño hijo Menotti que solo tenía dos años, acompañados por algunos compatriotas italianos compañeros de causa.
Pese a la guerra, el clima político en Montevideo era favorable a sus ideas. Para sobrevivir en los primeros tiempos, Garibaldi da clases particulares de matemática y vende fideos por encargo entre los vecinos y la numerosa colectividad italiana de la ciudad. En ella nacen otros tres hijos: Rosita, que fallece a los dos años de edad y sus restos descansan en el cementerio Central de la ciudad, Teresita y Ricciotti.
Prontamente comienza a vincularse a los asuntos públicos del país y de la ciudad. En un tiempo de guerra, lo que entiende como causa justa, lo inclina a no permanecer al margen. Él mismo se define como un soldado de la libertad. El cultivo de la “virtud cívica” o compromiso ciudadano con los asuntos públicos, como decían los autores clásicos, fue un rasgo distintivo de su personalidad durante toda su vida. En 1942 ingresa en la logia masónica montevideana Les Amis de la Patrie, perteneciente al Gran Oriente de Francia. La integraban franceses, pero también hombres de otras nacionalidades, incluyendo también a orientales, como se les denominaba entonces a los nacidos en este territorio. Desde esa época en adelante, mantendrá profundos lazos de amistad con el intelectual y comerciante francés Adolfo Vaillant, que había llegado a Uruguay en 1840, y fue una figura destacada de la masonería y fundador de la estadística como disciplina científica en Uruguay.
Establece lazos de amistad con figuras como Joaquín Suárez (presidente de la República entre 1843 y 1851), que perdurará a lo largo del tiempo como prácticamente todas las amistades que cosechó, entre otros. Las inquietudes intelectuales en aquella Montevideo fermental no le eran ajenas. Mantiene contactos con los exiliados bonaerenses – perseguidos por la dictadura de Rosas – entre los que se destaca el intelectual Esteban Echeverría, autor de la conocida obra El Dogma Socialista, inspirada en las ideas de los primeros socialistas como Saint Simon, o Charles Fourier. No será extraño que dos décadas después Garibaldi integre la 1ª Internacional Socialista, siendo incluso su presidente en un congreso de Ginebra y cultivando la amistad con el filósofo anarquista Mijail Bakunin, quien sentía una profunda admiración personal por el ya famoso “héroe de dos mundos”, (Rama, 1968) o tuviera activa participación en la Comuna de Paris en 1871.
En 1843 funda la Legión Italiana con vecinos italianos de Montevideo y algunos pocos que lo habían acompañado desde Río Grande do Sul. Se distinguirán por su uniforme particular, “las camisas rojas” y por constituir una fuerza sin formación militar. Las camisas rojas se harán célebres en la lucha por la libertad en todos los territorios que combatieron, a lo largo de ambos continentes. Lo serán porque, pese a haber nacido de una oferta de telas destinadas a los mataderos de ganado bovino en Montevideo, se convertirán sinónimo de lucha contra la opresión, valentía, honor, lealtad, amor por la libertad y la igualdad, todo ello representado en la palabra República. Algunos de sus adversarios los denominaban con el término despectivo “condottieri”, que es sinónimo de mercenarios, pues su origen etimológico deriva del vocablo “contrato”. En este caso, nada más alejado de la realidad. José Garibaldi, que así firmaba mientras habitó en este suelo – hablando perfectamente el castellano -, igual que los legionarios, eran voluntarios; habían elegido la causa de la Defensa de Montevideo, no eran un ejército pago al mejor postor; los camisas rojas de Garibaldi no lo fueron nunca. Los presidentes Rivera primero y Suárez posteriormente, ofrecieron expensas especiales a la legión italiana por sus servicios, sin embargo, no aceptaron ningún tipo de compensaciones. José Garibaldi vivía junto a su familia en una habitación de una casa de inquilinato sobre la calle 25 de Mayo, que posteriormente se conoció como casa de Garibaldi, siendo hoy parte del Museo Histórico Nacional, pero en realidad, nunca fue su propiedad. Garibaldi vivía con el sueldo que cobraba un legionario y vivía las penurias que el resto de la ciudad sitiada a partir de 1843, como lo consigna el escritor Alejandro Dumas en su célebre libro La Nueva Troya, que el escritor incluyó posteriormente en Memorias de Garibaldi. Se debe destacar que en ese mismo año, el nuevo nomenclator de la ciudad, por iniciativa de Andrés Lamas y el presidente Joaquín Suárez, sustituyó a los nombres de las calles que aludían a aspectos o conmemoraciones católicas por hechos históricos, naciendo así las calles 25 de Mayo, Rincón, Sarandí, entre otras, y la plaza frente al Cabildo, hasta entonces denominada como Mayor, pasa a llamarse “de la Constitución” (Goldaracena; 2006), constituyendo un importante hito laico en nuestra historia.
José Garibaldi amaba a la Humanidad y sus luchas están impregnadas de ese sentimiento. Sin embargo, ello no significaba que estuviera alejado de la idea de patria, en el sentido republicano profundo de espacio y comunidad construido por todos. Soñaba con una Italia unida y libre y amó a cada una de las patrias por las que lucho. Entre todas, en más de una ocasión señaló que su segunda patria era el Uruguay, el pequeño país agredido por intereses extraños a los suyos, por ello debe ser considerado como ciudadano del mundo.
El gobierno de la Defensa encabezado por el presidente Joaquín Suárez lo distinguió nombrándolo Jefe de la Marina y también como comandante del Ejército. Alcanzó todos los honores militares, pero ello no modificó su accionar y conducta.
Fue también un dirigente político y un servidor público. Es conocido su desempeño como diputado en Francia y también en Italia, pero un dato que no es demasiado difundido, es que su debut como legislador comenzó en Uruguay. En el año 1847 formó parte de la Asamblea de Notables, el órgano legislativo sustituto de las cámaras ante la emergencia de la guerra. Se desempeñó en el cargo – alternando sus obligaciones militares – pero por poco tiempo, pues en 1848 partió hacia Europa cuando el clarín de libertad volvió a sonar en aquel continente (Rama, 1968). En estas tierras aprendió a admirar a José Artigas, cuando este nombre no era de los más populares, a partir de las charlas con Joaquín Suárez, un antiguo colaborador del primer jefe de los orientales, al que también le gustaba autodenominarse como ciudadano. (Rama, 1968)
Fue universalista y cosmopolita por antonomasia. Una carta que le escribe a Juan Antonio Lavalleja, su rival en la guerra, así lo pinta : “Yo soy extranjero, es verdad, pero creo que no hay pueblos extraños para los hombres de principios buenos, […] tal vez U. S. está informado que yo no fundo mi opinión en la riqueza, ni en mandar a nadie. […] Ajeno a todo principio de partido que no sea aquel del pueblo, en cualquier parte del mundo en que se encuentre.” (Rama; 1968)
En cena de confraternidad entre representantes de las legiones italiana, francesa y vasca, el Coronel Juan Bautista Brie, jefe de la legión vasca describe el vínculo de amistad con Garibaldi: “Nuestros principios son y serán siempre: obediencia y respeto al gobierno legal de la República Oriental; respeto a los interese de todos, amistad sincera y sentimientos fraternales para los hijos de esta tierra hospitalaria, y resistencia en común contra enemigos comunes. ¡Viva nuestra unión!” (Garibaldi, Anita[1]; 1930)
Joaquín Suárez – el viejo compañero y amigo – le escribe una carta narrada con profundo afecto en 1862, falleciendo 6 años después. “Mi muy querido general y amigo. La causa que Ud. defiende es la causa de todos los hombres que han peleado por la independencia de su patria. [Ud. ha comprendido con recomendable altura la época de su bello país; la unidad italiana y la libertad. Ha sabido ante esos dos grandes principios inclinar su frente y prestar su brazo, en que sus hermanos no han vacilado en apoyarse.” Señala asimismo “su profunda gratitud como oriental, por lo que le debe la independencia de mi patria. […] Adios, mi querido general; un viejo amigo de causa no puede concluir sus días sin dirigirle un abrazo lleno de entusiasmo desde este extremo del continente americano y hacer votos al cielo para que el éxito corone sus sacrificios.”
Gariballdi le responde dos meses después, seguramente vestido de poncho, prenda que había adoptado en su estadía en estas tierras y usó hasta para asistir al parlamento en Europa, como lo muestran los cuadros y pinturas de época, encontrándose en el Museo Garibaldino de Caprera algunas de estas prendas. La carta, también con mucho afecto, comienza diciendo: “Mi muy querido amigo […] Ud. impávido y destinado en ese período de guerra de gigantes, […] a defender a todo trance la causa de la libertad e independencia de mi segunda patria. Entre sus valerosos conciudadanos yo he aprendido cómo se pelea al enemigo, cómo se sufren los padecimientos y sobre todo, cómo se resiste con constancia en la defensa de la causa de los pueblos a la prepotencia liberticida de los déspotas. Nada me debe su bella patria, yo hice débilmente mi deber de soldado de la libertad, y estoy ufano con mi título de Ciudadano de la República.” (Garibaldi, Anita; 1930)
“Garibaldi, Bolívar y Manuelita Sáenz” (Myriam Tardugno Garbarino)
El próximo mes de setiembre, se cumplirán 162 años, (1860) de que Garibaldi entrara en Nápoles al frente de su ejército y era aclamado por la multitud como su libertador del secular dominio borbónico.
Casi medio siglo antes, en agosto de 1813, Bolivar entraba en Caracas y era aclamado como Libertador del dominio español.
Para cualquier estudioso de la historia, resulta relativamente fácil encontrar similitudes entre ambos hombres, ya que ambos fueron revolucionarios y estadistas comprometidos en la liberación de sus respectivas patrias, oprimidas circunstancialmente por el dominio extranjero.
Con sus carreras políticas desarrolladas durante el mismo siglo XIX, no llegaron a conocerse personalmente, pues Garibaldi nació en 1807, justo cuando el joven Bolívar regresaba de Europa para incorporarse a la aventura independentista.
Garibaldi se enteró de la gesta libertadora mucho después de la muerte del Libertador, durante sus andanzas en el cono sur entre 1836 y 1848, cuando – exiliado de su patria – estuvo al servicio de los republicanos en Río Grande del Sur, Brasil y luego se unió a las fuerzas uruguayas que lucharon contra las ambiciones territoriales de Argentina – durante la dictadura de Rosas -, comandando una legión de soldados italianos que logró grandes victorias contra tropas enemigas, muy superiores en número y equipamiento.
Su lucha contra el dominio extranjero en el Nuevo Mundo, incrementó grandemente el espíritu nacionalista y libertario del joven Garibaldi, decidiendo desde entonces pelear con más ahínco por la unificación italiana y su independencia de los diversos poderes foráneos que la oprimían: los austríacos en el Norte, los franceses en el Centro y los españoles en la mitad meridional de la península. Efectivamente, desde fines del imperio romano, Italia había estado siempre dividida en pequeños estados u ocupada por otras potencias europeas, sin olvidar la avasallante presencia del papado en la zona central, mezcla de poder secular y espiritual, y a su vez con ambiciones de dominar políticamente todo el territorio italiano.
Al regresar a Italia, en 1848, Garibaldi peleó con mucho valor contra los austriacos y luego contra las tropas francesas que protegían al Estado Pontificio. Anticlerical convencido, Garibaldi tenía la ilusión de fundar una república secular y democrática, unificada bajo un mandatario italiano. Perseguido en sus intentos iniciales en los Estados Pontificios, tuvo el valor de quedarse en Roma, frente a la Basílica de San Pedro, para reclutar voluntarios y seguir peleando a favor de la causa republicana. Logró atraer a cuatro mil patriotas, a pesar de su angustioso llamado donde prometía sólo “hambre, frío y marchas bajo el sol inclemente”, llamado que imitaría Churchill con su célebre frase “sangre, sudor y lágrimas” en plena 2ª guerra mundial.
Obligado nuevamente a exiliarse en el Nuevo Mundo, estuvo primero en los Estados Unidos (cosiendo velas de barcos para ganarse la vida), para luego seguir rumbo al Perú donde pensaba ejercer su oficio de capitán de navío. En una providencial escala que hizo en Paita, pequeño puerto peruano, se enteró que allí se encontraba otra exiliada, Manuelita Sáenz.
Pero, ¿quien era Manuelita Sáenz?
Patriota ecuatoriana (Quito, 1797 – Paita, Perú, 1856). Hija de un amor ilícito entre Simón Sáenz y Vergara, un español miembro del Concejo de la ciudad de Quito y la quiteña Joaquina Aispuru.
El 23 de enero 1822, a los 24 años, fue condecorada por el Libertador San Martín con la “Orden del Sol”, la más alta condecoración que el Perú revolucionario concedía a los militantes de la causa patriota, por la que fue llamada “la Caballeresa del Sol”.
En junio del mismo año, en el baile de gala con el que se celebró la liberación de la ciudad de Quito, y la incorporación oficial del país a la República de la Gran Colombia, conoció a Simón Bolívar, convirtiéndose desde este día en su sombra.
Fue la última mujer con quien Bolívar sostuvo un amor continuo desde la muerte de su esposa, 20 años antes; fue su confidente, cuidó y salvaguardó sus archivos, protegió su vida y sus intereses políticos, acompañándole en los últimos 8 años de su vida (1822-1830), promoviendo activamente la independencia del territorio sudamericano.
La “Libertadora del Libertador” fue el epíteto que recibió después de que le salvara la vida a Simón Bolívar la noche del 25 de septiembre de 1828 cuando intentaron asesinarlo.
Bolívar soñaba con formar una gran confederación que uniera a todas las antiguas colonias españolas de América, inspirada en el modelo de Estados Unidos. Por ello, no satisfecho con la liberación de Venezuela, cruzó los Andes y venció a las tropas realistas españolas en la batalla de Boyacá (1819), que dio la independencia al Virreinato de Nueva Granada (la actual Colombia). Reunió entonces un Congreso en Angostura (1819), que elaboró una Constitución para la nueva República de Colombia, que englobaba lo que hoy son Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. El mismo Simón Bolívar fue elegido presidente de esta «Gran Colombia».
En 1823 Manuelita fue incorporada en forma oficial al Estado Mayor de Bolívar. Fue encargada de los archivos personales del Libertador y se le otorgó el grado de Coronela.
La batalla de Ayacucho en 1824, consolidó la independencia de América Latina y Manuela que siguió a Bolívar a discreción por los Andes, fue la heroína de esta contienda: por ende, su fama y prestigio deberían ser continentales, mas no sucedió así. Sus detractores y enemigos políticos se cebaron en los vituperios y maledicencias, motivados por egoísmos y resentimientos creados por la envidia de verla en el poder y la gloria junto a Bolívar.
El 20 de enero de 1830, Bolívar presentó renuncia a la presidencia y en mayo emprendió el viaje hacia la muerte, en Santa Marta. En los últimos días de 1830, Manuela había emprendido el viaje hacia Santa Marta para cuidar la salud de Bolívar, pero el 18 de diciembre de 1830 recibió una carta en la que se le comunicaba la muerte de Bolivar acaecida el día antes. Desde este momento, Manuela perdió su objetivo en la vida.
Con la muerte del Libertador, fue desterrada definitivamente de Colombia. Fue a Jamaica, y de allí a Guayaquil, de donde tuvo que partir, pues el gobierno de Ecuador no la quería allí. Viajó, entonces, a Paita, un puerto en el desierto peruano sin agua y sin árboles, y formado por una sola calle y un muelle al que sólo llegaban balleneros de Estados Unidos. Paita representaba un contraste dramático con las capitales de Quito, Lima y Bogotá donde Manuelita había estado en el centro de los eventos políticos y sociales. Ella escribiría más tarde que “ocho años en Paita entorpecen, envilecen y empobrecen”.
A la llegada de Garibaldi, Manuelita tenía 54 años, sufría de parálisis y estaba en silla de ruedas, pues se había caído y quebrado la cadera, y no se había recuperado. Para sobrevivir se dedicaba a bordar, fabricar dulces o vender tabaco y velas en un modestísimo comercio en cuyo frente colgaba un desvencijado cartel que decía: “Tobacco. English Spoken-Manuela Sáenz”. Este comercio y su dominio del idioma inglés que le permitía realizar traducciones para marinos mercantes que requerían de actas de aduana transcritas a su idioma, le posibilitaron vivir, aunque pobremente, con dignidad.
Así describía Manuelita su encuentro con Garibaldi:
“Hoy vino a visitarme el señor José Garibaldi, muy puesto este señor aunque un poco enfermo. Lo atendí en mi modesta casa, dato que no reparó; estuvimos conversando sobre su vida, y sus oficios y recordando sus aventuras del mundo conocidas … Me dijo que yo era persona favorecida en él en su amistad y que lo era también la memoria del genio libertador de América, general Simón Bolivar”.
La entrevista de Garibaldi con Manuelita, aparentemente, tuvo lugar durante una visita que también le hiciera el maestro Simón Rodríguez, el maestro de Bolívar, el hombre a quien el Libertador siempre había reconocido como su formador inicial y como consejero franco. Ya octogenario, anciano sabio y aventurero, expulsado de todas partes recién instalado en una aldea cercana, el pueblito de Amotape, vivía casi de la mendicidad.
Haciendo uso de las memorias del mismo Garibaldi, el historiador Victor Von Hagen relata como los tres personajes estuvieron todo un día hablando de Bolívar, ella tirada en su cama y él recostado en el sofá, pues sufría de una malaria contraída en las selvas de Panamá.
Y cuenta Garibaldi en sus memorias (publicadas por Alejandro Dumas con permiso del autor, París, Levy, 2 vol., 1860) el encuentro con Manuelita Sáenz:
“Desembarcamos en Paita, donde pasamos el día. Fui amablemente recibido en la casa de una afectuosa dama que estaba clavada al lecho, por un ataque de parálisis que le impedía el uso de sus miembros; pasé la mayor parte del día en el sofá, junto al lecho de la dama… Doña Manuelita era la más amable y cortés matrona que haya visto jamás. Había disfrutado de la amistad de Bolívar y conocía los más minuciosos detalles del Gran Libertador. Después del día pasado con Manuelita … que puedo llamar delicioso, me despedí de ella muy emocionado. Los dos teníamos lágrimas en los ojos, la dejé verdaderamente conmovida, sabiendo con seguridad que era nuestro último adiós en esta tierra”.
Ya que el visitante dominaba el español, la conversación entre los tres ilustres personajes debe haber sido muy fluida y animada.
Cabe ahora usar nuestra imaginación para especular acerca de la impresión que debe haberle causado a Garibaldi el conocimiento íntimo de la gesta libertadora. Seguramente Simón Rodríguez lo entusiasmaría con los detalles del viaje que hicieron con Bolivar a Italia, a principios de siglo, y el profético juramento del joven patriota en el Monte Sacro, en Roma (“¡Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres, juro por ellos, juro por mi honor y juro por mi patria, que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma, hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español!”).
En esos emotivos momentos, debe haberse sentido una gran fraternidad entre los tres revolucionarios, con el espíritu de Bolívar presente en las cartas escritas de su puño y letra a su amada Manuelita.
Desde el barco que se alejaba de Paita, Garibaldi – con su espíritu lleno de romanticismo – cuenta que partía conmovido de esa agradable reunión.
En sus “Memorias”, Garibaldi habia dicho que “siempre he considerado a la mujer como la más perfecta de las criaturas…” Seguramente, también desde ese barco en que se alejaba de Paita, estaría pensando en esas dos mujeres tan parecidas que fueron Anita y Manuelita. Ambas mujeres de coraje, que participaron en campañas militares, combatientes en el frente, sosteniendo la lucha y la resistencia, luchadoras que dejaron sus vidas por por los ideales democráticos y liberales y acompañaron, montando a caballo por campos, rios y montañas en el frio o el calor, a sus hombres en esa lucha por la Libertad.
Ahora estaría más empeñado que nunca en expulsar de Italia los opresores foráneos y la unificación.
De hecho, en 1854, enviaría desde Londres una carta a Mazzini – el ideólogo republicano, en la cual trató de persuadirlo a poner de lado el ideal de la república democrática, que ambos habían soñado, y darle prioridad a la unificación dentro del proyecto del Rey Víctor Manuel II. Quizás tomó esta determinación después de haber meditado sobre los problemas políticos que encaró Bolívar en América, cuando tantas dificultades le obligaron a tomar pragmáticas decisiones para preservar la frágil unidad de los países bolivarianos.
Así, las concepciones políticas de los dos guerreros y estadistas, aún distanciados en época y lugar, se habrían compenetrado gracias a esa inesperada reunión social en casa de Manuelita Sáenz. Por ejemplo, imitando la estrategia militar de Bolívar — usada en dos ocasiones en Venezuela — Garibaldi invadió en 1860 a Italia desde el sur, con unos mil soldados reclutados por su cuenta, sin contar con el apoyo oficial del Piamonte, para así emprender la liberación del Reino de las Dos Sicilias del dominio borbónico.
Después de cruentas batallas contra un enemigo superior en recursos, fue aclamado en Nápoles como su libertador, pero – al igual que Bolívar – no se envaneció por su hazaña, eludiendo la vida palaciega y ejerciendo con honestidad el gobierno provisional. Como Bolívar, daba ejemplos de coraje cabalgando al frente de sus tropas y, después de entregar generosamente a su rey la mitad del territorio italiano – habiendo podido quedarse fácilmente con el poder en Nápoles -, rehusó honores y bienes, retirándose lejos de la península para no interferir en la vida política del nuevo reino.
Lo mismo haría Bolívar mucho antes, en 1830, al abandonar Bogotá, embarcándose por el río Magdalena, en su periplo final. Sin embargo, la fama de Garibaldi trascendió las fronteras patrias, gracias en parte a la elocuente pluma de Alejandro Dumas. La fama del italiano llegó hasta los Estados Unidos, donde Abraham Lincoln le ofreció un alto cargo militar durante la guerra de secesión, oferta que Garibaldi declinó cortésmente. Pero afortunadamente – y a diferencia de Bolívar – pudo disfrutar por años de su gloria, al ser invitado y aclamado en las principales capitales de Europa.
Así, el “Héroe de dos mundos” entraría a la historia por la puerta grande, lo que le costó mucho más al mismo Bolívar, incomprendido al principio por los pueblos que liberó y vituperado en su propio suelo nativo. Garibaldi se alejaría de la política, – actividad que despreciaba como hombre sincero y de acción, al igual que Bolívar – y viviría modestamente sus últimos años en la hacienda que compró con sus propios recursos, en una diminuta isla cerca de Cerdeña, sin haber jamás lucrado personalmente con fondos públicos.
Actualmente, cuando se sufre la crisis moral e institucional que envuelve a tantos países del mundo, sería oportuno reflexionar sobre el ejemplo que dejaron estos 3 admirables personajes, relacionados indirectamente en aquel día de 1851 en el puerto peruano, donde Manuelita languidecía con sus dolencias, quizás sin darse cuenta del importante papel que jugaría ella en la historia, al relatarle la gesta bolivariana al futuro artífice de la unidad italiana.
En conclusión, estos 3 personajes tienen en común que combatieron por la Unidad de los pueblos, fueron Solidarios con aquellos que solicitaron su ayuda para encontrar su destino de Libertad, lucharon porque reinaran los ideales de Justicia en los pueblos, con Humildad y Desprendimiento, dejando de lado sus propios intereses y rehusando recompensas materiales, a pesar de haber muerto en la pobreza.
Lucharon con CORAJE, y con ESPERANZA, en lograr un mundo mejor.
Palabras de Cierre (Elbio Laxalte Terra)
Unas breves palabras para agradecer a todos quienes nos han recibido con amistad y fraternidad aquí en la Heroica, para desarrollar esta actividad académica y cultural de homenaje a Garibaldi, un personaje de la historia que es universal. Y que mejor sitio que Paysandú, que nos rememora las luchas por la libertad, que a 140 años de su pasaje a la inmortalidad, podamos recordar lo que representa Garibaldi en la historia, pero también poniendo de relieve su llamativa actualidad.
Yo presido una Asociación Civil que lleva el nombre de 20 de Setiembre. Una fecha que para algunos evoca en nuestro hemisferio sur, la proximidad con el equinoccio de primavera y el final del invierno. Pero es un hecho significativo en la historia que justamente ese día pero en el año 1870, a través del episodio bélico conocido como la “Brecha de la Porta Pia” las fuerzas patrióticas italianas tomaron Roma, dándose así un paso trascendental para la unificación italiana. Pero mucho más que eso, la historia toma en cuenta que ahí se terminó asimismo con el último bastión en occidente, de lo que se conocía como “Estados de derecho divino”, es decir, regímenes políticos basados en el gobierno de la religión.
Y al vencerse el dogma religioso como instrumento político de gobierno, se lo empezó a conocer como el Día de la Libertad de Pensamiento, o del Librepensamiento. Por ello nuestra asociación junto a su nombre de 20 de Setiembre, le acompaña del tríptico de Librepensamiento – Tolerancia y Humanismo, tres conceptos esenciales para la existencia de estados y regímenes políticos democráticos.
Nuestro país rindió homenaje a este día de diversas formas. Solo mencionar el magnífico obelisco que la colectividad italiana erigió en los jardines del Hospital Italiano de Montevideo, que seguramente es uno de los muy pocos monumentos de homenaje a esa fecha existentes en el mundo; y la ley 17.778 que consagra oficialmente el 20 de setiembre como el Día de la Libertad de Expresión del Pensamiento.
Permítanme traer a la memoria, que el 28 de abril del año 2007, invitado a participar de otro homenaje al Héroe por el 200 aniversario de su nacimiento, tuve el honor de dirigirme a un selecto público que desbordaba el Teatro de la Juventud de Génova en Italia, dando una conferencia sobre “La influencia del pensamiento garibaldino en la conformación republicana uruguaya”.
Finalizando mi exposición, señalaba a la intención de los presentes: “Si la construcción del futuro pasa por la unidad de la humanidad, por la libertad y por la justicia, no necesitamos mucho más que beber de las fuentes garibaldinas, para encontrar el coraje en la edificación de un mundo nuevo”.
Y efectivamente, mis amigos y amigas, los valores que Garibaldi siempre exhibió son ejemplo de su modernidad, y se constituyen en una fuente de inspiración muy potente para todos quienes desean hacer algo para mejorar nuestro mundo actual, tan complejo y tan lleno de incertidumbres hacia el futuro.
Voy a señalar algunos de ellos. Y voy a empezar por la Unidad.
I) Garibaldi luchó empecinadamente por unir su pueblo, fragmentado, ocupado por el extranjero, dominado. Resignó todo por la unidad italiana. Y toda su lucha lo llevó por ese camino, aun teniendo que enfrentar la adversidad de los localismos y los espíritus estrechos. En Montevideo, agrupó a los italianos bajo una bandera patriótica, pero supo unirse a los criollos para luchar por una causa que creía justa.
Hoy a nosotros nos toca vivir otro momento de la historia. Pero, necesitamos nuestra unidad como pueblo para hacer frente a las dificultades que el mundo actual nos presenta. Y asimismo no debemos dejar de lado trabajar por la unidad de los pueblos y países de nuestro continente. Esto y solo esto es lo que nos permitirá plantearnos una proyección y un destino, en particular para un país pequeño y poco poblado como el nuestro. Garibaldi ya nos decía: “hay que dejar de lado las pasiones … y en conocimiento de la alta misión que {se} nos ha confiado, cumplir en crear la unidad moral del país”.
II) La Libertad, también fue un valor encarnado vivamente por Garibaldi. El lo dijo de esta manera: “ … es deber de todo hombre libre luchar por la libertad, en cualquier lugar en que haya tiranía, sin distinción de tierra ni de pueblo, porque la libertad es patrimonio de la humanidad”.
Y qué bueno señalar esto aquí en la Heroica, porque aquel fatídico 1864 que protagonizó la Defensa de Paysandú con Leandro Gómez a la cabeza, encontraba también a un Garibaldi derrotado en su lucha por la libertad y la independencia italiana y expatriado en Inglaterra. La lucha por la libertad tiene sus riesgos, pero es necesaria para conseguir la dignidad de los pueblos.
Este aspecto esencialmente libertario que vemos en Garibaldi, es propio de una concepción republicana profunda, que Garibaldi sostuvo durante toda su vida y guió sus luchas. Ideales republicanos que tienen unos componentes valóricos básicos sin los cuales no podría existir un régimen político republicano.
Por un lado una concepción “anti-tiránica”, contraria a toda dominación. Es decir, la reivindicación de la libertad como esencia común a toda idea del republicanismo; y además la persistente defensa de ciertos valores cívicos, indispensables justamente para lograr la libertad deseada.
Y esos valores esenciales que el republicanismo exalta, y que Garibaldi compartió integralmente, sin dudas son: la igualdad, la simplicidad, la prudencia, la honestidad, la benevolencia (y aquí lo tenemos en el nombre de la asociación que nos recibe), así como la frugalidad, el patriotismo, la integridad, la sobriedad, la abnegación, la laboriosidad, el amor a la justicia, la generosidad, la nobleza, el coraje, el activismo cívico, la solidaridad, y de una manera genérica, abarcativa de la virtud republicana más auténtica, el compromiso con la suerte de los demás.
Entonces, cuando hablamos del republicanismo, estamos hablando de algo más que una teoría; estamos haciendo una referencia a un estilo de vida particular que debiera ser la de un ciudadano virtuoso, al servicio de su comunidad. Y de una propuesta de organización social, donde la idea básica es la independencia, automía y soberanía del ciudadano.
Esta concepción republicana fue la de Garibaldi, y de la cual él fue ejemplo viviente, y está absolutamente vigente hoy día, incluso como actitud cívica para continuar fortaleciendo nuestro propio sistema político firmemente anclado en la democracia y el republicanismo.
III) Otro aspecto absolutamente actual de Garibaldi es el cosmopolitismo. Garibaldi luchó por su Italia. Pero, para él las fronteras no eran físicas, sino valóricas. Luchar por la libertad para él no tenía fronteras. Y él era un ciudadano del mundo, con los valores del Humanismo que coloca al ser humano como el centro de toda cosa, de toda reflexión, de toda iniciativa. Estos son valores que nos impulsan a ir hacia los otros, ir al encuentro de los otros.
Hoy cuando el mundo deviene una inquietante “aldea planetaria”, con sus atrocidades, sus egoísmos, las persistentes desigualdades, la prepotencia de los hegemonismos y el chantaje de los terroristas, la violencia y las agresiones, la explotación del otro, verificada cruelmente en la esclavitud de los niños y la opresión de la mujer, trabajar por el cosmopolitismo de las ideas, del pensamiento, de los seres y de las culturas representa el porvenir, y es el solo medio de conocerse, y de crear las condiciones para vivir juntos a escala planetaria, con fraternidad, con justicia, con dignidad. Y en esto también Garibaldi nos inspira hacia este gran desafío, que es construir los valores de un encuentro a escala planetaria que permita echar las bases para construir la civilización humanista del futuro.
IV) Quiero hacer referencia a otro valor de Garibaldi, absolutamente actual. Es el que se refiere a la sensibilidad social. Garibaldi no solo luchó por el derecho de las naciones. Luchó también por el derecho de los esclavos, los explotados, los oprimidos de toda clases, los desheredados de todo. Luchó por la igualdad de hombres y mujeres. Y tenemos el ejemplo con Anita Garibaldi. Hoy ésta debe seguir siendo una conducta y un valor fundamental: el servir a los demás pasa, sin dudas, por desarrollar la solidaridad hacia los sectores más débiles de una sociedad, aquellos que no pueden recurrir a nadie, aquellos que se encuentran agobiados por la soledad, la pobreza, el desinterés, y en particular, los niños y los ancianos. Debemos impregnar nuestras mentes y nuestros corazones de que una sociedad será tan fuerte, como el más débil de sus integrantes, para de esta manera entender que una sociedad bien organizada no puede no atender en absoluta prioridad a quienes sufren, están marginalizados, sufren la violencia o son explotados.
V) Y por último, señalar que Garibaldi celebró la toma de Roma y la caída del poder temporal de la iglesia, no por que fuera anticlerical, como se dice a veces, de manera liviana. Garibaldi sostenía que la separación de la iglesia y el Estado era un elemento fundamental del progreso social, pues en su concepción, el Estado no debe tener ni religión ni ideología política “oficial”, ni representar ninguna tendencia en ese sentido. El Estado debe ser laico, es decir, poseer una neutralidad en materia ideológica o religiosa que le permita ser una garantía para todos, sean creyentes o no en esas ideas, pues el estado ve ciudadanos soberanos y no adherentes a tal o cual idea o creencia.
Y hoy cuando vemos tantos lugares donde no existe la separación entre lo religioso o ideológico y los Estados, y los ciudadanos deben sufrir en carne propia las arbitrariedades del poder político en nombre de un dogma religioso o ideológico, no podemos más que admirar el temprano pensamiento garibaldino al respecto.
Amigas y amigos,
Como hemos podido ver a lo largo de las reflexiones expresadas en la tarde de hoy, Garibaldi tiene una real vigencia; y es entonces y bien, una fuente de inspiración para ayudarnos a encontrar una orientación, una perspectiva, enfocada a los problemas a que nos vemos enfrentados en la actualidad. Naturalmente, estamos hablando de una fuente de inspiración. Pero que formidable fuente de inspiración podemos tener a nuestro alcance!!.
Garibaldi fue promotor de ideales fuertes en nuestro país y en el mundo, ideales de democracia, ideales republicanos.
Hoy necesitamos de su ejemplo de combatiente para luchar por el Humanismo, la libertad, la unidad de los pueblos, la sensibilidad social, el cosmopolitismo y por la paz.
Para cerrar este acto entonces, permítanme expresar a 140 años de su pasaje a la inmortalidad:
¡¡¡Que viva por siempre Giuseppe Garibaldi, ciudadano del mundo!!!