Conferencia Virtual: Humanismo, Estado y Laicidad

El pasado 23 de Mayo, la Asociación Civil 20 de Setiembre de Uruguay, e Iniciativa Laica de Colombia, con la colaboración de la Asociación DVR de Francia, llevaron adelante la conferencia virtual e internacional “HUMANISMO, ESTADO Y LAICIDAD” con expositores de Uruguay, Colombia y Francia.

Una importante y destacada platea de ciudadanos de varias partes del mundo compartieron cuatro conferencias, e intercambiar experiencias e iniciativas llevadas adelante en sus países. Los títulos presentados fueron:

  • La construcción de la democracia republicana y laicaVictor Rodríguez Otheguy (Presidente de la Asoc. Uruguaya de Libres Pensadores, Uruguay).
  • La laicidad: palanca de la democraciaMyriam Tardugno Garbarino (Asoc. Civil 20 de Setiembre, Uruguay).
  • La promoción de los valores republicanos. La experiencia francesaEric Malmaison (Presidente de DVR – Democracie Valeurs Republicaines, Francia).
  • La proyección internacional del laicismoElbio Laxalte Terra (Presidente de la Asoc. Civil 20 de Setiembre, Uruguay).

Actuaron como presentadores y moderadores de la conferencia: Simón Mejía (Iniciativa Laica, Colombia) y Silvia Balladares (Asoc. 20 de Setiembre, Uruguay).

Presentamos – a continuación – algunas de las ponencias:

LAICIDAD, PALANCA DE LA DEMOCRACIA, por Myriam Tardugno

La laicidad ocupa un lugar fundamental en el pasaje del absolutismo al humanismo político. La laicidad amerita más que relacionarla solo a la religión. Tiene profundos lazos con la República y responde a una concepción del ser humano libre.

La Laicidad es lo que garantiza que los valores éticos, filosóficos y cívicos perduren en una sociedad republicana donde reina la libertad. Es la traducción práctica, actuante, de disposiciones sociales que posibilitan y estimulan el desarrollo del librepensamiento, es decir, la educación para la libertad, de manera de desarrollar el humanismo.

La laicidad es la libertad de actuar, de obrar y de pensar. Soy libre de definirme en mi ser y no sólo en mi actuar. Esa libertad estriba en mi libertad de conciencia, que es el primer principio del laicismo.

El ideal laico quiere unir el pueblo (laos) a partir de un doble fundamento: libertad absoluta de conciencia e igualdad estricta de derechos entre los individuos, cualquiera que sea la opción espiritual que escojan: religión, agnosticismo o humanismo ateo. Implica este ideal una concepción clara del Estado y de las instituciones públicas: sólo han de buscar el bien común excluyendo todo tipo de privilegios para una opción particular

Por ello la Laicidad es un método de convivencia entre todas las posiciones que excluye de raíz las posiciones de privilegios, por muy tradicionales que éstas sean. Es nuestro derecho a no ser esclavizados por dogmas, a ser respetados en la libre formación de la personalidad, y en la libre expresión del pensamiento; y nuestra obligación de respetar idéntico derecho en los demás, y lleva implícito una concepción de pensamiento democrático, de democracia plena, de autonomía y capacidad de decisión. Es dignidad humana, es la absoluta libertad.

La Laicidad deviene, entonces, un derecho fundamental, así como también lo es la libertad de expresión, o el derecho de expresión del pensamiento o la libertad de opinión. Es la antítesis del dogma, y un elemento constitutivo de la democracia, ya que ella protege y estimula, tanto la Dignidad Humana como los valores del Humanismo.

La Laicidad consolida un sistema político-democrático, donde se expresa el pluralismo social y político. Y se basa en que el Estado y sus instituciones, no deben intervenir en el ámbito de la conciencia individual y colectiva. Consiste en liberar al espacio público de toda influencia ejercida en nombre de una religión o de una ideología particular.

Y por espacio público entendemos no un área geográfica, como habitualmente se piensa, sino que es toda área material o virtual que pertenezca a todos los ciudadanos por igual. Una plaza es un espacio público, pero también lo es un establecimiento de enseñanza, un juzgado, una comisaría de policía, un cuartel del ejercito, la residencia presidencial de un país, el parlamento. Todos son espacios públicos pues por definición, en democracia, pertenecen a todos los ciudadanos. Por lo tanto no debe ser hegemonizado por ninguna doctrina en particular, y debe ser usufructuado por todos, y sobre todo en el respeto de las minorías.

El espacio laico es auténticamente a-dogmático. De este modo, todos los seres humanos independientemente de sus convicciones personales pueden reconocerse y encontrarse en él, con total libertad garantizando a unos y otros el respeto absoluto de sus convicciones.

En la democracia la soberanía recae sobre el individuo, sin importar su filosofía o creencia, y los individuos todos comparten los mismos derechos y las mismas obligaciones. Las convicciones metafísicas son del dominio exclusivo de la conciencia individual, y ningún ciudadano puede ser discriminado por su creencia o no creencia. El Estado no es una comunidad más, no puede favorecer ninguna escuela filosófica o culto en particular; él es una emanación de la sociedad toda, y por lo tanto debe garantizar la libertad de conciencia y ser un árbitro imparcial. El concepto de laicidad no admite las prácticas de exclusión o persecución contra ningún sector social, ni ninguna entidad, por sus ideas o creencias, ni tampoco admite ningún privilegio. Todo está sometido a las normas del derecho. Creyentes o no creyentes, las diversas ideologías, opiniones, enfoques tienen el derecho de difundir su “verdad”. Pero sin reclamar privilegios, salvo los generales de la ley, para su actividad proselitista.

En una democracia donde el ciudadano es políticamente soberano, si una comunidad religiosa, filosófica, o ideológica obliga a un determinado comportamiento a través de mecanismos coercitivos, sean estos materiales o espirituales, el Estado no solo tiene el derecho sino la obligación de intervenir, pues él es garante de la libertad en su sentido más amplio, libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de pensamiento, libertad de creer o de no creer. Por lo tanto, la laicidad no es solo la manifestación u opinión de algunas personas, sino un pilar fundamental de la democracia.

Y por es razón, debemos Potenciar los ideales democráticos y republicanos. No hay mejor manera de trabajar para el futuro que trabajar por la sustentabilidad de la democracia. No hay mejor manera que reforzar la democracia que inspirar ideales republicanos. Combatir por una República sin diferencias ni discriminaciones entre los ciudadanos.

La democracia podrá ser útil a la humanidad, si es laica, es decir, si no está comprometida con ninguno de los poderes ideológicos o religiosos del mundo; sino no sería democracia.

Por ello debemos bregar para que el sustento de la Democracia y de la República siga siendo la educación sin dogmas, ni religiosos ni políticos, que garantice la existencia de CIUDADANOS LIBRES capaces de pensar y razonar por sí mismos, para discernir y elaborar su propia vida en Libertad.

La escuela está en el corazón del dispositivo republicano, y lo más importante no es adaptar a los alumnos a la sociedad, sea cual sea, sino darles las herramientas para su propia emancipación y la de los demás, a fin de que permanezcan lúcidos ante los dogmas y amenazas de alienación de sus derechos.

Educar para que todos salgan de la ignorancia y conozcan sus derechos y sus obligaciones, eliminando así el germen de la tragedia humana provocada por la intolerancia y el fanatismo, formado ciudadanos dignos a través de la EDUCACIÓN PARA LA LIBERTAD, promoviendo aquellos valores democráticos y cívicos que constituyen la garantía de la paz social.

Debemos propiciar una Educación laica que prepare a los ciudadanos del futuro para ser personas libres, tolerantes y solidarias, capaces de ejercer la ciudadanía en su más amplia consideración, para conducir la democracia republicana a un plano siempre más elevado.

La educación debe ser una herramienta poderosa en la construcción de hombres y mujeres capaces de pensar y razonar por sí mismos, para discernir y elaborar su propia vida en Libertad, y capacitar a todas las personas para participar efectivamente en una sociedad libre, favoreciendo la comprensión y la tolerancia entre todos los grupos sociales, étnicos y/o religiosos.

Cuanto más instruidos estemos, más podremos avanzar, adquiriendo independencia ante ciertas verdades que se nos quieran imponer, y evitaremos ser manipulados por cualquier poder, sea cual sea.

Hay que impulsar un desarrollo en las ideas y los valores, empezando por la tolerancia y la solidaridad. Hay que potenciar los ideales y los fundamentos democráticos y republicanos, para que todos los miembros de una comunidad tengan los conocimientos y las posibilidades de participación.

Una educación libre y tolerante convierte al ser humano en un pensador,

No puedo aquí dejar de mencionar en Uruguay, al reformador de la escuela pública, gratuita y obligatoria: José Pedro Varela, cuya visión global en la década de los años setenta del siglo XIX, comprendió no solo a la educación, sino también a la sociología, a la política, a la historia y a la economía del país, como componentes de un sistema cuyo objetivo es la formación del hombre, la creación de un tipo de hombre nuevo y de una sociedad nueva.

En su libro “La democracia y la escuela”, Varela decía: “La escuela establecida por el Estado laico, debe ser laica como él. La educación que da y exige el Estado, no tiene por fin afiliar al niño en esta o aquella comunión religiosa, sino, prepararlo constantemente para la vida del ciudadano”.

Y con respecto a la política, decía : “La escuela no se propone enrolar a los niños en éste o aquel partido, sino que les da los conocimientos necesarios para juzgar por sí, y alistarse voluntariamente en las filas que conceptúen defensores de lo justo, de lo bueno”…

“El gobierno democrático republicano es sin duda el más perfecto de todos los que los hombres han adoptado, hasta ahora, para la dirección de los negocios públicos, garantiendo a todos los miembros de la comunidad, la libertad en todas sus manifestaciones…”.

Muchas gracias.

LA PROYECCIÓN INTERNACIONAL DEL LAICISMO, por Elbio Laxalte Terra

La lucha por el laicismo debe necesariamente desarrollarse también en el plano internacional, en la medida que forma parte intrínseca de la lucha por la democracia en un planeta signado hoy por la contradicción cada vez más esencial entre democracia y autoritarismo y que atraviesa a todas las sociedades, aun aquellas en las cuales por su grado de madurez, podría pensar que la democracia está consolidada. La democracia es un sistema en permanente construcción, y la laicidad, a nuestro criterio, es una arquitectura fundamental de la misma, ligada a las formas republicanas de gobierno.

Como se ha desgajado de las exposiciones que vienen de ser presentadas por los conferencistas que me han precedido, el laicismo es la concepción que pregona que cada una de las personas puede construir ese espacio individual íntimo que es la conciencia, la cual, en si misma es un espacio de libertad. Obviamente, el desarrollo humano histórico ha visto todas las formas posibles de intentos de sometimiento de la conciencia, sean a través de medios físicos, políticos o psicológicos; y, consecuentemente, se han inventado diversas formas de suplicio intentando la sumisión de las conciencias, limitar su espacio, incluso destruirla.

La conciencia o es libre o no es. No hay términos medios.

Pero, la construcción de una conciencia libre necesita de algunas condiciones previas.  Pues, la libertad de conciencia supone la autonomía intelectual, es decir, una actitud crítica y racional en relación con las ideas. Y aquí es donde la construcción de la conciencia choca necesariamente con el estatuto de las creencias o verdades reveladas, patrimonio de las religiones, así como de cualquier tipo de dogmatismo, cuya finalidad es crear un conjunto de imposiciones sobre la vida privada de las personas a partir de ese sistema cerrado de creencias impuestas por una tradición o una ideología. Este sistema opresivo siempre ha necesitado de aparatos represivos para imponerse y mantenerse.

Así se puede avanzar la idea de que donde hay un Estado dogmático o religioso no hay condiciones para una libertad de conciencia real, como tampoco los hay en aquellos donde los dogmas y la fe religiosa se mezclan con el accionar del mundo político.

Cuando la verdad se convierte en un asunto de Estado, es cuando la conciencia encuentra los más grandes límites a su libertad. Y esto es verdad para cualquier circunstancia, incluyendo a los Estados ateos, como pudo haber ocurrido con los antiguos Estados totalitarios comunistas.

Es justamente desde este punto donde se puede ponderar la democracia como sistema que hace a la ley civil la cual en general necesita del debate pluralista, la búsqueda de negociaciones políticas y de la legitimación a través del consenso social. Siempre y cuando no lo sea solo de nombre sino inherente a una práctica social política en permanente construcción.

Es en este sentido que el Estado debe guardar, por un lado, una neutralidad extrema frente a los fenómenos religiosos o ideológicos, pero esto no es suficiente, debe crear también las condiciones para el respeto absoluto del otro en el espacio público. Esta es la mayor muestra de tolerancia de la que puede dar fe un estado. Y es un tema central para un estado republicano.

Por ello, no es algo menor la presencia o no de símbolos religiosos o ideológicos en las instituciones estatales, que son la forma básica del espacio público. Y por ello igualmente, los agentes públicos, sin importar su rango, no deben hacer ostentación de su pertenencia religiosa o ideológica en su ámbito específico de representación del estado.

En el cuadro de esta tarea, o en el rol de aplicación de la ley, no puede quedar ninguna duda de que la misma sea eventualmente motivada por otra cosa que no sea el solo interés público. Y por ello, aquí está presente la necesidad de restringir la libertad individual, la del funcionario, sin importar el rango, en aras del interés común. Incluso si el ciudadano común, en la eventualidad de ser confrontado a la existencia de signos de este tipo, pueda manifestar un aparente consentimiento tácito de esta inequidad.

Y esta puntillosidad del Estado en el cumplimiento de la separación de las religiones e ideologías de su rol basado en el interés público, es básico para el cumplimiento de las garantías que debe dar a la sociedad, por un lado, de que la libertad de conciencia y la vida privada de las personas es respetada, incluso favorecida. Pero por el otro, el actuar si es necesario para evitar las imposiciones a las conciencias. Si en la historia, incluso reciente y hasta actual, las religiones o las ideologías dogmáticas fuesen exentas de crímenes, probablemente no sería necesario un encuadramiento estricto al respecto por parte de los Estados. Es porque generalmente no pueden convencer a las personas con la ayuda de la razón, que los dogmas tienen muchas veces la necesidad de imponerse por la violencia.

Ahora bien, si es importante preservar la independencia de lo que es inherente a la esfera privada de las personas, hay que tener al tiempo el cuidado de evitar someter a lo privado el manejo de la esfera pública. Por ello el rol del Estado es bien delicado, pues debe asegurar la libertad de conciencia, pero al tiempo manteniéndola en los límites de la vida individual para evitar asimismo que ella no devenga tiránica. Una de las ideas clave de la separación de las iglesias y el Estado, es el hecho de aceptar que la conciencia es siempre individual y jamás colectiva. Es esa conciencia individual la que, después, deviene universalizable en la aceptación de su particularidad. Y esto es filosóficamente esencial.

Las conciencias individuales no se adicionan, ellas no forman un conjunto más amplio que sería una conciencia colectiva. Para ello habría que crear un sujeto colectivo al cual atribuirle esa conciencia. De hecho, estas tentativas existen: quienes impulsan la conciencia de clase (el proletariado es el sujeto histórico), o la conciencia de nación o de raza, incluso quienes impulsan aun en Estados democráticos, por ejemplo, la llamada conciencia institucional. En el Uruguay, por ejemplo, se ha intentado impulsar el estatuto de objeción de conciencia colectiva para instituciones médicas, para oponerse como tales a la ley de interrupción del embarazo que contempla la objeción de conciencia para el personal médico.

En general son los Estados despóticos, o las ideologías totalitarias quienes impulsan los sujetos colectivos, en detrimento de la conciencia individual.

Al postular la libertad de conciencia, los Estados democráticos afirman el principio según el cual los derechos y las libertades reposan sobre el individuo. Es decir, el fundamento de lo político es ante todo el individuo. Sin embargo, es necesario que los actos de esta conciencia individual no se impongan arbitrariamente a los otros, de donde surge también la libertad de limitar su expresión en los confines de la esfera privada, en particular en dominios tan subjetivos como el de las creencias.

Así, la libertad de conciencia es el fundamento de nuestro conocimiento, la arquitecta de nuestro ser en el mundo, por lo que debe ser protegida, defendida e instruida – de ahí la importancia de la educación gratuita, obligatoria y laica.

Separar lo religioso del Estado, envía asimismo una señal fuerte a la sociedad: que en un Estado democrático, todo puede ser objeto de una negociación y un compromiso, salvo, por supuesto, el propio concepto de libertad de conciencia y de opinión que da nacimiento a la negociación misma. Esta cultura de la negociación, necesaria a la práctica democrática, manifiesta la idea del humanismo de que el ser humano es la medida de toda cosa y que en una asociación política es normal que la negociación manifieste los matices de las ideas que surjan naturalmente en la sociedad. Así podemos ver que, en el universo social, el ser humano es un fin en sí mismo, y es aquí el encuentro fértil entre laicidad y humanismo.

Esta concepción, es justamente la que da al laicismo su carácter de universalidad. No es una concepción para un tiempo y un lugar. No es una idea que podría aplicarse en un lado si y en otro no. Es una concepción que responde de manera profunda a la necesidad de la democracia como paradigma de gobierno donde no la hay, como al perfeccionamiento de las democracias en regímenes políticos de libertad. Y es la vía humanista para facilitar el autogobierno de las sociedades.

Por ello, en este mundo interconectado, fragmentado pero global, que se cierra en algunas esferas y se abre en otras, donde las ideologías parecieran diluirse y donde aparecen despotismos, autoritarismos y populismos y donde las democracias muchas veces se ven arrinconadas por expresiones de intolerancia, intransigencia y violencia, no hay mejor agente de cambio que bregar por la libertad de conciencia, por la democracia y por la laicidad que es la argamasa que une el todo en una perspectiva de libertad. Y esto a una escala general, sin fronteras.

Por ello y para terminar, por varias razones debemos proyectar el laicismo a una escala internacional como una idea progresista para la evolución a escala planetaria:

1) Por que el concepto de laicidad viene de la noción antigua de “pueblo” (laos en griego, más amplio que el concepto de demos), lo que puede asociarse al sentido de humanidad. Esto le da su universalidad, al tiempo de suponer una idea igualitaria de la justicia.

2) Porque significa un reconocimiento de una idea común de respeto y solidaridad recíproca sobre la base de la soberanía de cada uno, y por extensión del pueblo en materia política.

3) Porque es una noción que magnifica un principio jurídico de apego al poder público, reforzando la práctica de la libertad individual bajo la tutela de una ley común para todos. Es un fundamento de la democracia.

4) Porque impulsa una postura adogmática de los ciudadanos libres. El ciudadano laico aspira a la libertad de conciencia sin dogmas. La verdad no es nunca una verdad revelada, sino relativa y experimental. Hay un camino de evaluación y de rigor en el método.

5) Porque no significa un veto a las religiones o a las creencias metafísicas, sino rehusar darles un estatus de dominación. En la relación entre religión y Estado: separación no significa antagonismo.

6) Porque pregona una actitud racional crítica: un querer comprender para poder ser.

7) Porque la laicidad no implica solamente aceptar la secularización de las instituciones, conformándose solo con la separación de las instituciones dogmáticas y el Estado. Es asimismo una lucha contra los poderes fácticos que intentan imponer sus concepciones y contra toda tentativa de dominación de los espíritus y para garantizar un ambiente que facilita la elección personal en el cuadro de un interés general.

Al decir del intelectual franco-chileno Alejandro Dorna, tristemente desaparecido en estos últimos tiempos, “la laicidad no es una corriente de pensamiento entre otras, ella rehúsa permitir en el espacio público verdades reveladas o dogmas ideológicos. Es una filosofía en el sentido de un saber vivir en tanto que una cultura de relaciones humanas”. Y esto es aplicable en cualquier momento y lugar.

8) Significa asimismo luchar contra las instituciones y las organizaciones que quieren monopolizar el poder, el saber y la conciencia. Y esto sucede a escala global, por ello de igual manera nuestro combate debe ser global.

Así como vimos en el siglo XIX florecer instituciones que, a escala internacional, particularmente en occidente trabajaron por impulsar la democracia y el laicismo, hoy debemos hacer un esfuerzo sostenido a escala global. Hoy, a pesar de las contradicciones y los conflictos, el estado del mundo y de la tecnología están impulsando una gobernanza global que pueda enfocarse en resolver temas asimismo globales, tales como el cambio climático, las migraciones, las desigualdades, las discriminaciones, la pobreza y la paz, entre otros. Esta gobernanza global se insinúa como cada vez más necesaria, aunque se desconfíe de ella. Pero, a su vez, será democrática o no será.

Es una oportunidad que los laicistas tenemos una vez más para avanzar en un sentido de progreso.